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El año pasado abandonamos la historia de la escultura en el Rococó, estilo más bien ornamental que surgió en Francia alrededor del año 1700, y que se caracterizó por sus formas curvas, onduladas y recargadas, y su gran cantidad de detalles.

Como respuesta a esta decoración excesiva utilizada por el Barroco y el Rococó, a mediados del siglo XVIII surgió el estilo neoclásico, que volvió a imitar los temas y la estética de la antigüedad. Sin embargo, sus obras carecieron de la vitalidad que caracterizó a las estatuas renacentistas, talvez debido a que se consideraba a las obras clásicas como un ideal insuperable. Así, hubo mucho de imitación en este estilo, ya que se retomaron los temas mitológicos y se utilizaron los mismos materiales, mármol y bronce.

El fin de estas esculturas era la belleza, no reproducir a alguien vivo, por lo que carecían de expresión. Incluso se ha dicho que de ellas se desprende una penosa sensación de frialdad.

Se cultivó por igual la escultura de bulto redondo y el bajorrelieve, estos últimos como decoración de la arquitectura.

Aunque la escultura de esta época fue bastante similar en todos los países, hubo algunos artistas más destacados. El italiano Antonio Canova (1757-1822) fue el iniciador y el principal representante de esta corriente escultórica. Sus obras se caracterizan por una idealización de la figura humana que elimina todo movimiento espontáneo y natural. Hizo retratos, como el de Napoleón y Paulina Bonaparte, esculturas mitológicas, como “Amor y Psique” y “Las tres Gracias”, además de magníficos monumentos funerarios, como los de los papas Clemente XIII y Clemente XIV.

El danés Bertel Thorvaldsen (1770-1844) se distinguió por la precisión. Algunas de sus mejores obras de carácter mitológico son “La esperanza”, “Amor y Psiquis”, “Jasón” y “Gamínedes y el águila”, además del monumento a Pío VII en el Vaticano.

En Inglaterra, sobresalió John Flaxman (1755-1826), autor del sepulcro del almirante Nelson en la catedral de San Pablo en Londres. En España, la escultura fría, académica y monumental fue cultivada por Juan Pascual de Mena (1707-1784), “Fuente de Neptuno”. En Suecia, Johan Tobias Sergel unió la temática neoclásica con el dinamismo barroco, como en “Fauno” y “Marte y Venus”.

En Francia, uno de los introductores del neoclasicismo, que triunfó tras la revolución de 1789, fue Jean-Antoine Houdon (1741-1828), recordado por su estatua a tamaño natural de George Washington y “Diana”, aunque al parecer sus mejores obras fueron los bustos, de gran viveza y naturalismo. También destacó Augustin Pajou, que fue precursor del romanticismo.