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Esta aspiración se materializó en Camille Corot, quien, al empaparse de los aspectos objetivos de la naturaleza, fundamentó un nuevo tipo de pintura de paisaje, mucho más íntimo.

Junto con otros pintores, se instaló en el pueblo de Barbizon y creó sus cuadros en medio de la naturaleza, naciendo así la pintura al aire libre, fundamental para los futuros pintores impresionistas. En estos cuadros, el aire se convierte en un suave velo, y la luz llena toda la pintura.

Al grupo de Barbizon se unió luego el pintor Jean-François Millet. Con él empieza una nueva época en la pintura francesa.

Al interés por mostrar la naturaleza, se le añade otro tipo de pintura, que intenta abrirnos los ojos mediante la pura representación de la naturaleza, es decir, de lo que esta dejaba ver acerca del comportamiento humano.

Esto queda demostrado en su cuadro «Las espigadoras», donde pinta a unas campesinas recogiendo las espigas, denunciando la pobreza y marginación social. A este nuevo estilo se le llama «realismo». Con ello, Millet recuperó el trabajo como tema principal del arte.

Pero quien mejor interpretó esta tendencia fue el pintor francés Gustave Courbet, quien pensaba que los artistas debían pintar los acontecimientos cotidianos de la gente común. Por eso sus obras muestran a unos obreros construyendo una carretera (Los picapedreros), a personas asistiendo a un funeral o a hombres sentados alrededor de una mesa, escuchando música y fumando.

El idealismo

El «idealismo» intenta unir la objetividad (lo que existe realmente) y la subjetividad (lo que cada persona cree ver) para lograr la realidad completa.

Esta tendencia surge en la segunda mitad del siglo XIX y se divide en dos subcorrientes: los alemanes de Roma, grupo integrado por los pintores germanos Arnold Böcklin, Arnold Feuerbach y Hans von Marées, quienes se inspiraban para sus obras en el arte clásico y habían estudiado en Roma.

La segunda corriente estaba conformada por los prerrafaelistas ingleses, con autores como John Everett Millais, Ford Madox Brown y Dante Gabriel Rossetti, quienes perseguían la ingenua sinceridad (según sus palabras) que vieron en el arte del Quattrocento, antes de que Rafael desarrollara su estilo, el cual era un modelo incuestionable en las academias inglesas de arte, pero que ellos criticaban. Este grupo contrapuso sueños poéticos a un mundo materialista.

El realismo y el idealismo, polos opuestos entre sí, fueron fundamentales para el desarrollo de la modernidad clásica del siglo XX, en que el arte, aunque niega la reproducción naturalista, está comprometido con la realidad.