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Hasta Mahoma -como ya se dijo-, los árabes no formaban un estado. Estaban divididos en tribus independientes, unas sedentarias, otras nómadas. Sin embargo, entre todas existía un lazo de unión: el santuario de la Kaaba o Caaba, situado en la ciudad de La Meca.

Se ha dicho que La Meca es el tipo de ciudades del desierto que no se hallan más que en Arabia. El terreno que la rodea es tan pobre que no bastaría al sostén de sus habitantes, los cuales se ven obligados a hacer llegar sus comestibles desde Djedda (también escrito Jiddah, Djidda o Jeddah), ciudad colocada en el mar Rojo y que viene ser el puerto de La Meca.

En el medio de la misma Meca, la madre de las ciudades, se levanta la mezquita a la cual debe su celebridad, pues en su interior se halla la Caaba, célebre templo cuya fundación, de acuerdo a los historiadores musulmanes, se remonta a Abraham. Califas, sultanes y conquistadores han competido, desde Mahoma en adelante, en demostrar su piedad, adornando la célebre mezquita; de modo que nada queda hoy de su ornamentación primitiva.

La gran mezquita de La Meca tiene la forma de un cuadrilátero regular. Cuando se ha penetrado en el interior del monumento por una de las puertas que a él conducen, el visitante se halla en un gran patio rodeado de arcadas sostenidas por un verdadero bosque de columnas, encima de las cuales se levanta un número considerable de pequeñas cúpulas. Varios minaretes o alminares (torres), colocados en diversas partes del cuadrilátero, descuellan en este sitio.

El pequeño templo de la Caaba está situado en el mismo patio de la gran mezquita de La Meca. Es un cubo de piedra gris que tiene poco más de 12 metros de alto, casi cinco y medio metros de largo y 4,25 metros de ancho, sin más abertura que una puertecita situada a poco más de dos metros sobre el nivel del suelo, a la cual no se puede llegar sino por una escalera portátil de la que se hace uso solo en la época de las peregrinaciones. Su interior consiste en una sala embaldosada de mármol, iluminada por lámparas de oro macizo y cubierta de inscripciones.

En una de las paredes exteriores de la Caaba está enclavada la célebre piedra negra, traída, según la tradición árabe, del paraíso por los mismos ángeles, a fin de que sirviese de escabel (tarima para el reposo de los pies) a Abraham cuando construyó el templo. Esta reliquia no tiene más que unos 17 centímetros de diámetro. Ningún otro objeto ha obtenido tanta veneración de parte de los hombres, pues muchísimos siglos antes de Mahoma ya se lo veneraba. Según la tradición esta piedra, originalmente blanca, ennegreció a causa de los pecados de los hombres.

La Caaba está siempre cubierta por un inmenso velo negro, con excepción del sitio donde está la piedra sagrada; este velo empieza a algunos pies del suelo, y durante los primeros días de la peregrinación lo rodea por el centro de su altura una banda con inscripciones del Corán en letras de oro. El velo se renueva una vez al año.

En el mismo patio de la mezquita hay otra construcción cuadrada, que sirve de cubierta al manantial que, según la tradición, el ángel Gabriel hizo surgir en el momento en que Agar, errante en el desierto, se tapaba la cara para no ver a su hijo Ismael morir de sed.

Obligaciones de un musulmán

Todo musulmán tiene cinco obligaciones que cumplir:

– Por lo menos una vez en su vida, el creyente debe decir con plena aceptación “No hay otro dios sino Alá y Mahoma es su profeta.”

– Debe orar cinco veces en el día mirando hacia La Meca y debe decir en la mezquita la oración del mediodía del viernes.

– Debe dar limosnas generosamente, por encima de la cantidad prescrita por la ley.

– Debe guardar el ayuno del Ramadán.

– Si es posible, debe hacer una vez en la vida la peregrinación a La Meca.

Esta última disposición ha hecho que esta peregrinación sea la mayor del mundo y al mismo tiempo una gran fuerza unificadora del Islam.


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