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En nuestro país se ha estimado una población actual de 48.000 habitantes. Se localizan de preferencia en la Región de Tarapacá en las provincias de Parinacota, Arica e Iquique. Su prolongada residencia en el sector altiplánico y en valles y quebradas de la precordillera, escenario donde tenían numerosos pueblos, comienza a cambiar a partir de la década de los años 1960. Aproximadamente un 65% de la población total ha emigrado a las ciudades de Iquique y especialmente Arica.

La historia de la sociedad aymara se desenvuelve en el mundo agroganadero. Practicaban la ganadería de camélidos al mismo tiempo que desarrollaron una agricultura diversificada, en estratos según las condiciones locales. En los valles bajos obtenían la yuca, ají, maní, frijoles, calabazas, etc., y en el altiplano la papa, quinoa, coca. Entre ambas zonas se producía una comunicación e intercambio a través de caravanas de llamas, lo que generó el poblamiento de los valles provistos de agua hasta el litoral. El cultivo de maíz lo desarrollaron en los valles transversales que tienen lugar desde el límite norte de Chile, la pampa del Tamarugal, hasta el río Loa en su desembocadura.

El hábitat lo constituyó preferentemente la puna andina, sobre los 3800 a 4000 mts. de altitud. Debido a sus actividades de pastoreo ascendían hasta los 5000 mts. con el ganado en la época de verano.

Los conquistadores hispanos reorganizaron el espacio chileno nortino, donde los aymaras fueron desplazados de la costa y valles bajos, al altiplano. Forzados a ser católicos, nunca dejaron de lado su antiguos rituales, por ejemplo el culto a la Madre Tierra Pachamama, fue reemplazado por la veneración a la Virgen María; y los antiguos rituales de fertilidad, se convirtieron en las fiestas de carnaval, en que arrojan agua y semillas.

Diseminados en un rosario de pueblos ubicados a una altura promedio de 4000 m., subsisten hasta hoy en día de una precaria agricultura. Pese a que las transformaciones del aymara ha afectado su vida económica y cultural (nada más que un 40% de los aymara hablaría su propia lengua) todavía se mantienen algunos espacios que aseguran su reproducción y diversos mecanismos de cohesión étnica.

La religiosidad y festividades de santos patronos, veneración de difuntos, divinidades vinculadas a la ganadería y agricultura, son actividades que operan en virtud de la identidad cultural.

Su artesanía, especialmente de tejidos, revitaliza el quehacer económico de supervivencia del habitante aymara del altiplano.

Situacion actual

En la década de 1970, se da un crecimiento exponencial de la población andina, generándose una migración como alternativa de desarrollo y mecanismo de regulación entre tierra y población indígena. La migración Aymara se realizó en forma variable según los momentos históricos y áreas de proveniencia, durante esas dos décadas se modificó la composición de las comunidades agrícolas, se redistribuyó la población rural regional y empieza a hacerse visible un segmento de población Aymará urbana.

La vida Aymara en las ciudades no sólo se reduce a procesos de adaptación y rearticulación comunitaria, sino que una generación de Aymara nacidos en las ciudades, constituyen la mayoría de la población Aymara regional. En la actualidad, los más importantes movimientos migratorios se realizan hacia la ciudad de Arica, Iquique, Pozo al Monte, Antofagasta y Calama.

La población Aymara del norte de Chile es mayoritariamente urbana, de acuerdo al Censo de 1992, la población se estima en 48 mil personas, de esta cantidad dos tercios de su población son emigrantes y un tercio mantiene su carácter rural, campesino o minifundista.

La República de Chile los considera una minoría indígena, lo cual les ha permitido acceder a préstamos especiales, y a tener los fondos necesarios para una adecuada educación, como por ejemplo los colegios municipales de Ayquina y Putre.

Machaq Mara aymara

Ceremonia conocida como el Machaq Mara o separación del año. Esta fiesta es un momento para corresponder con ofrendas a la generosidad de la Pachamama. Se hace un pago que es el reestablecimiento de la armonía.

El solsticio de invierno, momento en el que el Sol está más alejado de la Tierra, marcará para el pueblo Aymara el comienzo de un nuevo año, el año 5.510.

Cerca de un millar de aymaras inaugurarán el Año Nuevo en medio de ritos y ofrendas al Inti (Sol) y la Pachamama (Tierra), en el templo de Kalasasaya y la Puerta de Sol, las ruinas arqueológicas más importantes de Tiwanaku, en el altiplano próximo a La Paz.

La tradición señala que los primeros rayos del Sol, cerca de las 06.00 hora local (10.00 GMT), fecundan la tierra en el inicio de un nuevo año agrícola para los aymaras que repiten simultáneamente el rito de Tiwanaku en las ruinas arqueológicas de Cochabamba y en el fuerte de Samaipata, en Santa Cruz, en el este de Bolivia. Tiwanaku, supuestamente la ciudad más antigua de Sudamérica, y el fuerte de Samaipata, un bloque megalítico, posterior a la cultura tiwanakota, tienen el rango de Patrimonio Cultural de la Humanidad para la UNESCO. Según algunos antropólogos bolivianos, el sentido del rito es asegurar la reproducción de la vida con las bendiciones del Sol para la siembra y la cosecha y, aunque se realiza desde la década de los años 80 en la ciudad de Tiwanaku, rememora antiguas prácticas de las comunidades aymaras.

Los indígenas invocan también la fertilidad de la tierra con el sacrificio de llamas, cuya sangre es una ofrenda al Sol y la Tierra y otras deidades andinas para asegurar la prosperidad agrícola y pecuaria, según el líder campesino, Alejo Véliz. En su opinión, más que un año aymara para los habitantes de Los Andes, ésta es una fiesta de las naciones originarias, porque el homenaje al Sol también la realizan los quechuas, el otro grupo indígena mayoritario que habita Bolivia.


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