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En el 680, el califa Omeya Yazid I sofocó la rebelión de Husáyn, hijo de Alí (el cuarto califa), que se convirtió en mártir de los chiítas.

Después del califato de Walid I (705-715), este conflicto se agravó, provocando la disminución del poder de esta dinastía. Los rebeldes de Jorasán e Irak lograron vencer al califa Marwán II, en agosto del 750. El nuevo califa fue Abú al-Abás.

Los abasíes

La nueva dinastía trasladó el centro del imperio desde Damasco a Bagdad, actual capital de Irak.

Apoyados por los persas, se abocaron a restaurar la tradición islámica que pensaban había sido traicionada por los Omeyas.

Reforzaron el poder teocrático del califa. El derecho divino del monarca se robusteció, con lo que el Islam se consolidó también como sistema político.

El nuevo califato se dedicó a defender la fe, de manera más fuerte, pero fue menos cuestionado, porque no había una jerarquía religiosa conocida.

El mayor esplendor ocurrió durante el reinado de Harún al-Rashid (786- 809). Durante su gobierno, Bagdad se convirtió en el centro del arte y la cultura.

Tras la muerte de Harún al-Rashid, en el 809, la sucesión del trono provocó la división del imperio en principados relativamente autónomos y la lucha entre dos de sus hijos, al-Mamún, de madre persa, y el califa al-Amín, de linaje árabe. Este último fue derrotado y asesinado.

Con el reinado de al-Mamún, los árabes perdieron fuerza, y la influencia y cultura persa se apoderó de Bagdad.

Por otra parte, en el ejército aumentó el número de soldados turcos mercenarios reclutados en Asia Central. Estos alcanzaron gran relevancia, sobrepasando la de los árabes, hasta el punto de modificar el poder político del Islam. Los mercenarios turcos de la guardia del califa y su jefe, el «emir de emires», se adueñaron del palacio y contribuyeron a establecer una distancia entre el poder espiritual y el terrenal.

Además, había tensiones sociales causadas por el desigual desarrollo económico. Las clases bajas sumidas en la miseria se sumaron a los extremistas de las sectas chiítas que provocaron diversas revueltas, a fines del siglo IX y principios del X.

La fragmentación y el fin

La devastación de Siria e Irak por parte de las bandas llamadas cármatas y la sublevación de los artesanos y campesinos, desembocó en la constitución del estado de Bahrein -archipiélago en el golfo Pérsico. Sus fuerzas se apoderaron de Basora y Kufa -hoy en Irak- y el 930 saquearon La Meca.

En el siglo X, se crearon principados independientes, que fueron dividiendo el imperio Abasí. El emirato andalusí, en la península Ibérica, fundado en el 756, se convirtió en califato de Córdoba en el 929. Los descendientes de Alí y Fátima (hija de Mahoma) se instalaron en Egipto. Los reinos de Magreb, en el norte de África, se volvieron casi autónomos y en el este, surgieron varios estados iraníes en el Jurasán –al norte del Irán actual.

En Siria también se formó un estado independiente.

Los Abasíes se mantuvieron en Bagdad hasta el 945, cuando fueron derrotados por Ahmad al-Buyí, aventurero chiíta de las montañas iraníes.

Su sucesor consiguió adueñarse de una región que comprendía dos tercios de Irán y Mesopotamia.

A mediados del siglo XI, los turcos selyúcidas, provenientes de la frontera occidental de China y convertidos a la ortodoxia musulmana de los sunníes, se apoderaron de la India e Irán.  Luego, las fuerzas de Tugril Beg se dirigieron hasta Asia Menor, para atacar al Imperio bizantino, y al sur, a Bagdad, que fue ocupada en el 1055.

Con esto desapareció la dinastía de los Buyíes.

Los sultanes selyúcidas se apoderaron de Asia Menor, Siria y Palestina. En el siglo XIII, Bagdad, Alepo y Damasco fueron conquistadas por los mongoles.

El al-Ándalus

El territorio de la península Ibérica, que estuvo dominado por los musulmanes entre los años 711 y 1492, se conoce como al-Ándalus.

Cuando el último califa Omeya, Marwán II, fue derrocado en agosto del 750, uno de los miembros de esta dinastía logró huir.

En el 756, Abderramán I (Abd al-Rahman) estableció en al-Ándalus el califato de Córdoba.

Durante el gobierno de Abderramán II, la islamización fue muy rápida, el número de mozárabes (cristianos en territorio musulmán) se redujo considerablemente.

En el año 929, Abderramán III, para revertir la decadencia política y acabar con las sublevaciones, se proclamó califa, declarando la independencia religiosa del califato Abasí. A fines del siglo X, el poder del califato se extendió hacia el norte. Además, hubo un importante desarrollo cultural.

Pero en el 1031, fue abolido como consecuencia de la fitna o guerra civil entre los partidarios del califa Omeya, Hisham II, y los sucesores de su primer ministro, o hayb, Almanzor. Surgieron diversos reinos conocidos como de Taifas.

Durante los siglos XI y XII, los almorávides y almohades, provenientes del norte de África, acudieron a ayudar a estos reinos que fueron desapareciendo ante los avances de la reconquista cristiana, al producirse la expansión del reino de Aragón y la unión de los de Castilla y León. A mediados del siglo XIII, el al-Ándalus quedó reducido al reino nazarí de Granada, fundado por Mohamed ben Nazar (o Nasr).

El último rey de la dinastía nazarí fue Boabdil, derrotado en 1492 por los reyes católicos: Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón.

El comercio árabe

Este se extendió desde la Europa nórdica a África central, y hasta la India y China. De África importaban oro, marfil y esclavos; de Rusia, pieles, y de China, sedas y especias.

Los productos

Las ciudades árabes se especializaron en ciertos bienes: Bagdad, en joyas, pieles y obras de vidrio; Damasco, acero y tejidos de lino; Persia, alfombras y tapices, y Córdoba, en cueros.


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