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Durante el conflicto, lo primero que los afganos vieron caer sobre su territorio fueron alrededor de 50 misiles crucero Tomahawk y bombas guiadas de alta precisión. Los explosivos fueron lanzados desde quince bombarderos B-1, B-2 y B-52, y desde 25 cazabombarderos.

Estos bombardeos, más las armas y el asesoramiento de Estados Unidos, facilitaron, en solo 40 días, el avance hacia Kabul de los integrantes de la Alianza del Norte, que era una coalición de etnias opositora a los talibanes, constituida en su mayoría por pashtunes, además de tayicas, uzbecos y hazaros.

Luego de la caída de Kabul, la capital espiritual de los talibanes, Kandahar fue la siguiente en ser controlada por las fuerzas opositoras, en diciembre de 2001, y, posteriormente, el complejo de galerías subterráneas de Tora Bora, donde se suponía que se habían refugiado los miembros de Al Qaeda, incluido el propio Osama Bin Laden.

El primer ataque terrestre de las fuerzas occidentales sobre Afganistán fue liderado por los Ranger del Ejército de Tierra estadounidense, más otras unidades de elite. Estas fuerzas capturaron a Abdul Salam Zaef, ex embajador afgano talibán en Paquistán, y a Ibn al Shaykh al Libi, un libio que tenía a su cargo los campamentos de Al Qaeda en Afganistán. Además, el egipcio Mohamed Atef, mano derecha del saudí, fue muerto durante un bombardeo.

Sin embargo, nunca se pudo capturar al mulá Omar ni a Osama Bin Laden, principales objetivos de Estados Unidos, a pesar de que los estadounidenses ofrecieron por este último una recompensa de 25 millones de dólares.

La ofensiva militar estadounidense fue también aprovechada para probar armas y material bélico de última generación. Misiles más inteligentes, aviones espía ultrarrápidos y hasta cascos con cámara de video fueron usados en los ataques contra los campamentos de los grupos islámicos radicales.


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