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Durante el siglo XII y XIII, la Europa medieval estaba inmersa en una empresa tan arriesgada como lo eran las Cruzadas. Las luchas entre cristianismo e islam mantenían ocupados a los caballeros feudales, quienes comenzaban arriesgadas expediciones hacia Tierra Santa. Más allá de los límites usualmente explorados, grupos de tribus nómadas poblaban Asia Central. Los clanes mongoles se debatían en continuas batallas con pueblos invasores, como los chinos y los tártaros. No estaban unificados bajo un mismo mando y respondían a la lógica de los clanes. En ese entonces ni siquiera sospechaban el poderío que alcanzarían bajo el mando de Gengis Khan, el soberano universal que haría de Mongolia un imperio.

Copesa

En este mismo contexto, las Cruzadas posibilitaron la apertura de nuevas rutas comerciales entre Oriente y Occidente. Los puertos del Mediterráneo ya peleaban por la hegemonía y ciudades como Venecia y Génova se posicionaban dentro de los principales. Osados viajeros y mercaderes recorrían vastos territorios en busca de productos exóticos. Marco Polo fue uno de esos espíritus aventureros que dio a conocer un Oriente exótico, mágico y encantado.

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