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Isabel de Castilla nació en Madrigal de las Altas Torres, Ávila, España, el 22 abril de 1451 y murió en Valladolid el 26 de noviembre de 1504. Su padre fue el Rey Juan II de Castilla y su madre, Isabel de Portugal.

Isabel recibió una esmerada y prolija educación, propia de la realeza de sus familias. Su matrimonio al que se opuso el Rey Enrique IV de Castilla, hermano de Isabel, se realizó en octubre de 1469. 

Isabel asumió el trono de Castilla en diciembre de 1474. Los reyes católicos Fernando de Aragón e Isabel de Castilla, conservaron su calidad de soberanos en sus respectivos territorios, con la idea de que uno de sus hijos heredara los reinos, tanto por el lado paterno como por el materno.

La realización del matrimonio de Isabel y Fernando no fue fácil, sobre todo en Castilla, reino que desde que asumiera Enrique IV se había visto convulsionado por varias guerras internas. Uno de los bandos en disputa anhelaba que Isabel fuese considerada heredera directa del trono, lo que fue aceptado por Enrique en lo que se ha denominado el Acuerdo de los Toros de Guisando. Con ello, Juana la Beltraneja, presunta hija del soberano, quedaba excluida.

Isabel tenía varios pretendientes, pero optó por Fernando pues lo consideró el más apropiado para fortalecer su opción al trono. Su hermano quería que se casara con el Rey de Portugal y como ella no accedió, llegó incluso a amenazarla con recluirla en prisión. Una vez celebrada la ceremonia, Isabel comunicó el hecho a su hermano, quien desconoció el acuerdo previo y declaró que Juana la Beltraneja era su heredera.

La muerte de Enrique IV y el reconocimiento de Isabel como Reina de Castilla (1474), originaron una nueva disputa interna en ese reino. Los partidarios de La Beltraneja consiguieron el apoyo de Portugal, pero los portugueses fueron derrotados en Toro (1476) y en Albueras (1479), viéndose obligados a pedir el término de la guerra.

Juana quedó sin apoyo e ingresó a un convento. En esta guerra, Fernando defendió los derechos de su mujer.

Isabel y Fernando se abocaron a lograr la expulsión de los moros del Reino de Granada, mediante una guerra que se inició en 1482 y sólo terminó en 1492 con la caída de esa ciudad, completándose así el proceso de unidad territorial de España.

Preocupados por la unidad de la nación, los Reyes firmaron un decreto que ordenaba la expulsión de los judíos que no se convirtieran al cristianismo; sobre los que lo hicieron, siempre estuvo atento el ojo de la Inquisición.

Los Reyes Católicos, especialmente Isabel, apoyaron la empresa que en octubre de 1492 llevó al Descubrimiento de América. Enterados del éxito de Cristóbal Colón, tuvieron que resolver el problema del dominio de las tierras recién descubiertas.

En el Tratado de Alcaçovas-Toledo (1478), Castilla se había comprometido a no interferir en el proceso de expansión de Portugal y el monarca portugués consideró el viaje de Colón como una transgresión de aquel acuerdo. Los Reyes Católicos, entonces, solicitaron la intervención del Papa Alejandro VI, quien había nacido en España.

El 3 de mayo de 1493 el Papa expidió la bula Inter Caetera en la cual trazaba una línea de Polo a Polo, a una distancia de 100 leguas al oeste de las islas Azores. Las tierras ubicadas al oeste de dicha línea pertenecerían a Castilla, mientras que las situadas al este serían de Portugal. Posteriormente, la línea demarcatoria fue fijada a 100 leguas de las islas de Cabo Verde (septiembre de 1493).

Como los portugueses reclamaron, se llegó a un acuerdo que es conocido como Tratado de Tordesillas (7 de junio de 1494), en el que se determinó el desplazamiento de la línea a una distancia de 370 leguas al oeste de las islas de Cabo Verde. En el sector correspondiente a Portugal, quedó parte del actual territorio de Brasil.

Isabel murió en 1504. Sus hijos Juan e Isabel habían fallecido en 1479 y 1489, respectivamente. Le sobrevivía su hija Juana, casada con el príncipe Felipe de Habsburgo, apodado El Hermoso. A la muerte de Felipe (1506), su mujer perdió la razón y Fernando debió actuar como regente en Castilla, esperando una mejoría de su hija para que pudiera asumir el trono de Castilla. Sin embargo, Juana La Loca, como se le llamó debido a su estado. Nunca se recuperó y su padre debió continuar ejerciendo ese cargo hasta su muerte. Como el hijo de la princesa, Carlos, era menor de edad, la regencia quedó en manos del Cardenal Jiménez de Cisneros.

 


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