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Si bien las artes habían tenido un curso natural de evolución durante la Edad Media, cuando la mirada de los artistas e investigadores de la época se dirigió al período grecorromano quedaron deslumbrados y renegaron del arte medieval, a pesar de ser, en alguna medida, el precursor del renacentista. Resurgía, de este modo, el arte clásico, en el que el hombre era revalorizado en su inteligencia y comprensión de la naturaleza, lo que le permitía explorar libremente todo tipo de cosas. Tal fue el espíritu del Humanismo, el cual tuvo su génesis en la Italia del siglo XV, con los escritores florentinos Francisco Petrarca y Giovanni  Boccaccio, y que luego se consolidó con Desiderio Erasmo o Erasmo de Rotterdam por haber nacido en esa ciudad, según muchos el más fiel representante de esta corriente, y Tomás Moro, humanista inglés muy crítico de su época.

Condiciones ideales

Sin embargo, no fue solo gracias al estudio de los antiguos manuscritos clásicos romanos y griegos que se desarrolló el Renacimiento. Otros factores aportaron también su grano de arena, como la riqueza de algunas ciudades como Florencia y Venecia, que acogieron a los artistas permitiéndoles experimentar libremente sus nuevas ideas, con el consecuente apoyo de los ricos y poderosos mecenas, es decir, quienes proporcionaban ayuda material y protección política a los artistas.

Entre los mecenas se destacaron Lorenzo de Médicis, llamado el Magnífico, quien apoyó a Miguel Ángel en Florencia, aunque también el Papa Julio II le hizo numerosos encargos; Luis Sforza, en Venecia, protegió a Leonardo da Vinci, al igual que el rey de Francia Francisco I; y el Papa Nicolás V, quien contrató centenares de copistas para que transcribieran obras clásicas.

Asimismo, el cambio de perspectiva en el pensamiento de la época también influyó, ya que se dejaron de lado las ideas religiosas, fundamentalmente católicas, y las limitaciones que ellas implicaban al estar el destino del hombre a disposición de Dios, cambiándolas por una filosofía más mundana. Ahora el hombre se atrevía a expresar verdaderamente lo que sentía, en un arranque de individualismo y de lucha por lograr forjar su propio destino, ambicionando el poder y la gloria. Otro factor que apoyó la difusión de las ideas renacentistas fue la invención de la imprenta, que facilitó la dispersión casi universal de sus principales preceptos.

El renacer del pasado

Para los artistas italianos no era difícil encontrar inspiración en las antiguas obras grecorromanas, pues ellas estaban por doquier en la forma de ruinas. Así comenzaron a darse cuenta del conocimiento preciso que los artistas del pasado tenían sobre las proporciones del cuerpo humano.

La escultura de los bajorrelieves en los arcos del triunfo, como los del arco de Tito y la columna de Trajano, igualmente fueron inspiradoras. En la pintura se redescubrió la perspectiva, lo que facilitó la representación de las figuras en una superficie plana y con gran realismo. Además, se creó el óleo, el cual permitió la aparición del cuadro de caballete –en tela y transportable– y pintar más detenidamente, obteniendo una mayor precisión y detalle en los colores, a diferencia de los frescos, en que se debía pintar rápidamente.

La arquitectura también sufrió una transformación, al reaparecer las líneas rectas griegas, el arco de medio punto romano, las columnas con capiteles dórico, jónico y corintio y la cúpula. Pero lo que abrió la puerta al Renacimiento fue el estudio de los documentos clásicos de todo género. Tácito (historiador latino) y Cicerón (político, orador y pensador romano) y Platón (filósofo griego) fueron algunos de los autores que a través de sus obras traspasaron su apertura de mente y espíritu a los nuevos tiempos.

¿Sabías que?

Se dice que cuando Miguel Ángel terminó de esculpir el Moisés, admirado por la apariencia casi humana de la estatua, le dio un golpe en la rodilla con el mazo y le gritó: “¡Habla!”.