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El primer comandante de la escuadra chilena fue Manuel Blanco Encalada. Nació en Buenos Aires el 21 de abril de 1790, hijo del español Lorenzo Blanco Cicerón y de la chilena Mercedes Calvo de Encalada. Aprendió sus primeras letras en su ciudad natal, y a los 15 años inició sus estudios navales en la Academia de Marina de la Isla del León en Cádiz, España, de donde egresó en 1807 con el grado de alférez.

En 1808, participó en su primera acción de combate contra las naves francesas que bloqueaban Cádiz. Ese mismo año, le fue ordenado incorporarse a la dotación naval del Callao, por lo que debió trasladarse a América.

Las simpatías que demostró hacia la causa revolucionaria, ocasionaron que se le enviara de vuelta a la Península. Pero, cuando la nave en que viajaba ancló en Montevideo, Blanco aprovechó la ocasión para saltar a tierra. Desde allí viajó a Chile (1812) en la fragata Paloma.

Acá se incorporó a la lucha por la Independencia y empezó una larguísima carrera al servicio de Chile. Participó en la campaña marítima de la independencia del Perú, en la guerra contra la Confederación Peruano-Boliviana y en la guerra contra España. Casado con Carmen Gana, murió en Santiago en 1876.

La Guerra de Independencia

El año 1813, ingresó al ejército como capitán de artillería. Fue apresado después de la Batalla de Rancagua, cuando se dirigía hacia Mendoza, siendo sometido a un proceso en el que se le condenó a muerte, no por su participación en la guerra, sino por su deserción.

Sin embargo, esta pena fue conmutada por la de destierro en la Isla Juan Fernández. De ahí fue rescatado en 1817, junto a los otros confinados.

Se reincorporó al ejército y participó en las batallas de Cancha Rayada y Maipú. En junio de 1818, fue nombrado Comandante General de Marina y jefe de la escuadra, cargo que entregó posteriormente a Lord Alejandro Cochrane, y que recuperó en 1823, cuando este abandonó Chile.

En la presidencia por dos meses

Mientras Cochrane prestó sus servicios a Chile, Blanco continuó integrando la fuerza naval.

Fue comandante de la Galvarino y del navío San Martín, naves con las que mantuvo el bloqueo de Callao, tarea que debió abandonar cuando empezaron a faltar los víveres. Ello le valió ser sometido a juicio militar, del que salió absuelto de todos los cargos.

Más tarde participó, adscrito al ejército, en la Expedición Libertadora del Perú.

En 1826, como comandante de la fuerza naval, participó en la campaña de Chiloé. Ese mismo año fue, accidentalmente, Ministro de Relaciones Exteriores y luego Presidente de la República, siendo el primero en ocupar ese título. Ejerció como tal durante dos meses.

La guerra contra la Confederación

En 1837, volvió a la vida pública cuando se le comisionó la dirección de la primera expedición que partió hacia el Perú, a luchar contra las fuerzas del Mariscal Andrés de Santa Cruz. En una carta que Diego Portales le dirigió a Blanco Encalada, el Ministro le dio exacta cuenta del sentido que tendría la expedición hacia el Perú: «La posición de Chile frente a la Confederación Perú-Boliviana es insostenible. No puede ser tolerada ni por el pueblo ni por el gobierno, porque ello equivaldría a su suicidio. No podemos mirar sin inquietud y la mayor alarma la existencia de dos pueblos confederados, y que, a la larga, por la comunidad de origen, lengua, hábitos, religión, ideas, costumbres, formarán como es natural, un solo núcleo. Unidos estos dos Estados, aun cuando no más sea que momentáneamente, serán siempre más que Chile en todo orden de cuestiones y circunstancias».

Más adelante, el Ministro era mucho más enfático al afirmar: «La Confederación debe desaparecer para siempre jamás del escenario de América».

Luego de detallar al marino las razones de la guerra, Portales le indicaba que la victoria de las armas que el oficial comandaba implicaría una segunda Independencia para Chile, puesto que de subsistir la Confederación Peruano-Boliviana, el país sería ahogado por ella.

El Tratado de Paucarpata

Esta experiencia en la guerra contra la Confederación Peruano-Boliviana no fue gratificante. En territorio enemigo, sus fuerzas se encontraban en minoría numérica y, además, diezmadas por epidemias y deserciones.

En tales circunstancias, firmó el Tratado de Paucarpata, en noviembre de 1837, el que posteriormente sería desconocido por el gobierno chileno. Nuevamente fue sometido a juicio militar, y otra vez salió absuelto de los cargos. Hasta 1847, permaneció en diversos países de Europa. Ese mismo año fue nombrado Intendente de Valparaíso, cargo en el que impulsó varias obras de utilidad pública.

Asimismo, fue senador entre 1849 y 1852, y luego Ministro Plenipotenciario ante el gobierno francés hasta 1858.

Un anciano incansable

Su avanzada edad no fue obstáculo para que Blanco nuevamente fuera elegido senador en 1864, cuando contaba con 74 años de edad. Además, dos años después, con motivo de la guerra naval contra España, ofreció sus servicios.

Este conflicto se originó cuando una escuadra española se apoderó de las islas Chincha, uno de los principales centros productores de guano del Perú. En Chile, al igual que en otros países de la América española, este hecho fue considerado como una agresión injustificada por parte de España. Incluso, se temió que este hecho fuera el inicio de una aventura que pretendiera reconquistar las antiguas colonias.

Este sentimiento americanista llevó al gobierno de Chile a formalizar una alianza con el Perú, uniéndose las fuerzas navales de ambas naciones. Blanco Encalada, un argentino que había luchado por la Independencia de Chile, tampoco podía dejar de preocuparse por estos hechos e inmediatamente se puso a disposición de las autoridades.

El gobierno no quiso desechar su basta experiencia militar y le ofreció un puesto de consejero. Sin embargo, el anciano militar exigió un cargo efectivo, por lo que tras negociar con el gobierno peruano y firmarse un tratado en abril de 1866, se le confió el mando de la escuadra chileno-peruana. Blanco se embarcó en la corbeta peruana La Unión y zarpó hacia Chiloé, donde se encontraba la fuerza naval binacional.

Su última misión

A fines de 1868, se le encargó comandar las tropas chilenas que fueron al Perú a repatriar los restos del Libertador Bernardo O’Higgins. En esa ocasión, participó en todas las ceremonias oficiales y fue cálidamente recibido en Lima por las autoridades peruanas.

Un diario de Callao destacó su presencia en los siguientes términos: «La comisión viene presidida por el benemérito Vicealmirante Blanco Encalada, una de las pocas figuras ilustres que nos quedan de la primera época de la independencia. A él más que a ninguno otro le tocaba la misión de volver al suelo nativo los restos mortales de uno de los más sobresalientes héroes de nuestra emancipación. Las manifestaciones que el Almirante Blanco Encalada ha recibido al pisar de nuevo nuestras playas, son la fiel expresión del acatamiento debido a su nombre y a sus antecedentes».

Las naves chilenas que participaron en la repatriación fueron la O’Higgins, la Chacabuco y la Esmeralda. En la oficialidad de la primera de ellas, figuraba Arturo Prat. Realizadas todas las ceremonias, las naves zarparon escoltadas por el Huáscar, y la Apurimac, de la marina peruana. A ellas se sumaron naves francesas, inglesas y norteamericanas. Finalmente, el convoy chileno llegó a Valparaíso el 11 de enero de 1869, escoltado por la fragata peruana Independencia.


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