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La célula interactúa con el medio que la rodea para mantenerse viva a través de la membrana celular o plasmática, que es su estructura más externa. Está formada por lípidos y proteínas y se encuentra perforada por pequeños poros, donde pasan elementos como el oxígeno, hacia el interior, y dióxido de carbono, al exterior.

Todo el tiempo al interior de las células se están produciendo procesos químicos, los que modifican diversos compuestos y sustancias (lípidos, proteínas, carbohidratos, etc.) que corresponden a los alimentos celulares y que les permiten obtener energía y hacer funcionar nuestro cuerpo.

El alimento entra desde el exterior a través de la membrana celular. Una vez en el interior, el alimento debe ser procesado. Las protagonistas de esta acción son las mitocondrias, que cuentan con la ayuda de las enzimas que aceleran este proceso.

Estas acciones generadoras de energía dentro de la célula se conocen colectivamente como respiración (a veces, se le llama respiración interna para distinguirla de la de los pulmones) y se desarrolla en dos etapas.

En primer lugar, el alimento es solo descompuesto parcialmente en sustancias intermedias, como alcohol y ácidos. En esta etapa, no se requiere oxígeno y por ello, se le denomina respiración anaeróbica.

En la segunda parte, llamada respiración aeróbica, sólo se produce si hay oxígeno disponible. En esta, las sustancias intermedias se descomponen por completo en productos de desecho, tales como dióxido de carbono y agua, y se libera la energía necesaria para la vida.

La energía generada por la respiración no está disponible de manera inmediata para participar de los procesos celulares. Esta es llevada temporalmente a un intermediario conocido como ATP (adenosín trifosfato, que se obtiene en las mitocondrias), que cumple funciones de depósito y suministrador de energía para las células.