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Los usuarios más asiduos de las termas eran, por recomendación médica, quienes sufrían de reumatismo, enfermedades cardíacas y problemas a la piel y digestivos, pero rápidamente este tipo de descanso se popularizó entre la población.

En las cercanías de Santiago, los baños de Apoquindo se convirtieron en el paseo obligado para muchos desde pocas décadas después de la fundación de la capital. En el año 1900, en la zona había un hotel y eran promocionados como «de fácil acceso y en medio de lomajes suaves».

Bastante más al sur, las Termas de Chillán hacia 1885, 40 años después de haber sido descubiertas, contaban con 25 tinas.

Pero, según los registros históricos, fueron las Termas de Cauquenes las primeras en utilizarse con fines recreativos. Ya en el siglo XV fueron mencionadas por el cronista Alonso de Ovalle como «muy frecuentadas» por la población. De estas termas se desprende la Guía del bañista y del turista, la primera de la cual se tiene registro en Chile, y que data de 1897.

La reseña señala que «los baños de Cauquenes están situados en los valles de las cordilleras, no lejos de la fuente del río Cachapoal, en un paraje sumamente deleitable i ameno, adonde van todos los años en las estaciones proporcionadas muchas partidas de jentes, unas a recrearse y otras a recobrar su salud».

Primeros bañistas costeros

De manera paralela al turismo campestre, a fines del siglo XIX comenzó a arraigarse en Chile la costumbre de ir a la playa. Los primeros balnearios  fueron ocupados por la gente de fundos y haciendas cercanas a la costa, y la costumbre comenzó a hacerse más popular con la construcción de los ramales de ferrocarriles.

De esa forma nacieron muchas ciudades costeras, como la propia Viña del Mar, cuando José Francisco Vergara cedió terrenos para establecer el servicio de agua, levantar una escuela, matadero y cementerio, para luego vender las tierras alrededor de la línea del tren, que se convirtieron en las primeras calles de la ciudad: Álvarez y Viana.

Los barrios surgieron en torno al ferrocarril, como Recreo, donde, en 1910, nació el primer balneario de la zona, hoy desaparecido. Alrededor de él se instalaron piscinas, baños calientes, pista de baile y salón de té por iniciativa del entonces senador Luis Barros Borgoño. También aquí funcionó el primer casino de la ciudad. Gracias a estas obras, Viña del Mar se convirtió en la primera ciudad chilena en concebirse desde sus inicios con fines turísticos.

En la década del 20, se promocionaba Recreo de esta forma: «Sepan los santiaguinos cómo se les prepara acá su sitio de pololeo y baile» (extracto de revista Sucesos) y también en esa época se daba ya cuenta de la gran cantidad de visitantes.

El capitán de marina Luis Pomar en sus crónicas describe que «en los días festivos es tal la afluencia de  paseantes que no bastan los cinco trenes que corren entre Valparaíso i Viña del Mar  i es necesario poner extraordinarios para dar abasto a las exigencias del tráfico».

Otro balneario importante de principios de siglo fue Constitución, en la Región del Maule, impulsado principalmente por la construcción del tren desde Talca. Talquinos, curicanos y capitalinos le imprimieron un sello aristocrático y levantaron hermosas casonas frente a sus arenas negruzcas y grandes roqueríos.

Pero, sin duda alguna, el que brilló con más luces fue Cartagena. Desde tiempos coloniales, la zona de Lo Abarca fue utilizada con fines recreativos y desde allí las familias se dirigían a la costa en carretas y coches tirados por caballos. Posteriormente, se dio paso al loteo del sector costero, lo que permitió que santiaguinos de alcurnia edificaran casas que sólo eran utilizadas en temporada de verano.

Ferrocarril

Con la llegada del ferrocarril, en la segunda mitad del siglo XIX, aparecieron también las residenciales y el comercio. Cartagena vivió su época dorada entre el 1890 y 1930, cuando llegaba los más granado de la sociedad chilena, y cada detalle era un signo de ostentación. Rosa Bravo recuerda que, de pequeña, que su llegada al balneario era parafernálica, en un coche tirado por caballos y un «bienvenidos, la pieza de la familia está lista» inmediato del botones que los recibía en el Hotel Miramar.

«Cartagena era muy bonito. Tenía una plazoleta donde llegaban los viejos con sus sillas a instalarse a tomar aire, sol y ver cómo andaba la gente. En la playa había vendedores de cuchuflís y empanadas de pera. Los niños chapoteaban a la orilla del mar y algunos hombres se bañaban mientras las mujeres miraban y cuidaban a los niños. Ellas usaban un traje de baño largo que les tapaba los brazos y las piernas. No se bañaban. Era feíto que una niña decente se metiera al agua. Las personas eran muy precavidas con lo que hacían, porque si a los demás les molestaba, de inmediato eran tildadas de ordinarias», explica.

En la noche, los veraneantes acostumbraban a salir, pero sólo los hombres. Los viejos y jóvenes de la familia iban a restaurantes a comer, generalmente pescados y mariscos, o a los pequeños bares a beber un trago y jugar a las cartas o dominó.

Pasados los años y entre las dos guerras mundiales, un factor que impulsó las vacaciones y el desarrollo de muchos balnearios de la zona central fue la masificación del automóvil y la instalación de la sociedad de consumo. A mediados del siglo pasado, los balnearios de Cartagena y Constitución pierden su cuota de exclusividad, se vuelven masivos y surgen como nuevos iconos de la aristocracia Viña del Mar, Algarrobo y Zapallar.

Además, la construcción de la Ruta 68, que une Santiago y Valparaíso, generó un impulso extraordinario: en 1923 se inició la pavimentación de algunos tramos y en 1937 entró en servicio el camino por la cuesta Barriga y el túnel Zapata.

Años más tarde, en 1968, se inauguró el túnel Lo Prado, lo que disminuyó considerablemente los tiempos de traslado.