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La preocupación por el agotamiento de los recursos naturales y el crecimiento de la población son algunas de las razones que han conducido a la fabricación de satélites especializados, siendo los principales los estadounidenses ERTS (por una sigla en inglés que significa ‘satélites tecnológicos para recursos terrestres’) y las estaciones soviéticas Salyut. A través de las ondas que los satélites captan, es posible recoger por fotografía o televisión imágenes digitalizadas que sirven para detectar cultivos, estructuras geológicas, calidad del suelo, contaminación o distribución de las aguas. Asimismo, estos aparatos favorecen la obtención de datos como la temperatura, la salinidad, la altura de las olas y la velocidad de las corrientes, todos ellos factores de gran importancia para la navegación y la pesca.


Por medio de los satélites es posible igualmente sondear el suelo y las plataformas continentales, a fin de conocer la existencia de petróleo, minerales o bolsas de gas.


La vertiginosa carrera que se desarrolló posteriormente a la puesta en órbita del Sputnik 1 concluyó el 15 de noviembre de 1972, cuando la UNESCO (Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura) aprobó una declaración donde se regulaba el empleo de las comunicaciones vía satélite.


Los Estados Unidos comenzaron a mandar satélites de comunicaciones a partir de 1958, con los sistemas Score, Courier y Echo. En 1962 empezó la serie de satélites experimentales Telstar. Por su parte, la Unión Soviética puso en órbita en 1965 el Molniia 1, primero de una serie que tuvo gran impacto social, político y económico en la nación soviética.


Desde la década de 1960, la Tierra ha sido fotografiada y la información obtenida utilizada para análisis y predicción del tiempo. De esta manera, el estudio de los datos permite actualmente el seguimiento de huracanes, tifones y tormentas, pudiendo predecirse su evolución y, por lo mismo, evitar grandes catástrofes en zonas pobladas por el hombre.