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En nuestros días ocurren dos fenómenos que conspiran en contra de la popularidad del Adviento: la Navidad se ha transformado en una fiesta que no sólo celebran los cristianos, sino un sector mucho más amplio; y los propios seguidores de la religión cristiana han abandonado el misticismo original. No obstante, en la liturgia de la Iglesia, el Adviento comienza el primer domingo después del 26 de noviembre. En los hogares en que se observa la tradición, se instalan cuatro velas, que representan los cuatro domingos anteriores al nacimiento de Jesús. El primer domingo se enciende una vela y en los domingos sucesivos se van encendiendo las otras. Es como iluminar el camino, o como un mensaje de bienvenida.

En algunos países se ponen las velas en una rosca de masa dulce y se van encendiendo en una ceremonia íntima en la cual los niños, generalmente, rezan y cantan villancicos o canciones religiosas. Desde luego que, durante la semana, la o las velas que se van encendiendo, se apagan después de la ceremonia.

En otros lugares, se elige un candelabro que se adorna con motivos navideños, y allí se encienden las velas y se mantienen prendidas durante todo el mes.

Una espera entretenida

Hay muchas familias que, para estimular la celebración del Adviento en los niños, fabrican calendarios, en los cuales los pequeños tienen que escribir un pensamiento o un buen deseo cada día. Otros hacen arbolitos de papel, en el que prenden un caramelo por cada día de espera, y los niños pueden comerse uno cada día, para ver como va acercándose la Navidad.

También venden tarjetas con ventanitas que uno tiene que ir abriendo cada día, y tras las cuales hay un pensamiento, un regalo simbólico o alguna otra sorpresa.

De lo que se trata es de rescatar el espíritu navideño: ese que nos lleva a compartir y a pensar en los demás.


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