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El corregidor Zañartu nació en Oñate, Guipúzcoa, en 1723, y murió en Santiago en 1782; fue sepultado en el convento de Carmen Bajo. Sus padres fueron José de Zañartu y Antonia Iriarte.

En 1755, el joven Manuel viajó a España para autentificar la nobleza de su familia e iniciarse en el giro comercial, pero no fue esta actividad a la que dedicó sus primeros pasos públicos.

Lo que le daría fama en la historia de Chile, sería su labor como corregidor de la ciudad capital del Reino, cargo en el que lo nombró el Gobernador Antonio de Guill y Gonzaga (1762).

La calidad de vida en Santiago había decaído: el descuido, la falta de higiene, los asaltos y la violencia casi cotidiana, hacían de este un lugar poco grato para habitar. De ahí que surgiera la necesidad de reformular las pautas de convivencia urbana y de imponer drásticamente un nuevo ordenamiento tanto urbano como social.

Nuevo rostro para Santiago

Zañartu se propuso como meta revertir el estado de las cosas en Santiago y definió un medio de acción: la firmeza de la autoridad para con los alteradores del orden público.

Por ello, emprendió un vasto plan de obras públicas, que además de necesarias, embellecerían la ciudad y proporcionarían una fuente de trabajo para los desocupados, evitándose así un foco de delincuencia.

Muchas fueron las obras en las que, de un modo u otro, intervino el corregidor Zañartu. Entre ellas, se pueden nombrar las mejoras introducidas en el sistema de abastecimiento de agua potable, la construcción de nuevos tajamares en el río Mapocho y la edificación de refugios en plena cordillera. Sin lugar a dudas, la de mayor envergadura de todas y también la más perdurable, fue el Puente de Cal y Canto, llamado así porque sus ladrillos fueron unidos con cal y clara de huevo. Esta obra, inaugurada en 1782, prestó servicios por más de 100 años y fue demolida en 1888.

La autoridad: una forma de vida

Zañartu también ejerció autoridad sobre su familia y con el mismo tesón. En 1760, contrajo matrimonio con María del Carmen Madariaga, quien le dio dos hijas: Teresa de Jesús Rafaela, nacida en 1761, y María de los Dolores, en 1763. Poco tiempo después, su esposa falleció.

Zañartu, preocupado por el futuro de sus hijas, discurrió que lo mejor para ellas sería tomar los hábitos. En 1776, obtuvo permiso del Rey para fundar un nuevo convento, y él mismo financió las obras y dirigió la construcción del monasterio y de la iglesia.

En 1780, cuando los edificios estuvieron terminados, sus dos hijas -de 11 y 9 años de edad- fueron trasladadas al convento que se denominaba de Carmen Bajo y 7 años después fueron obligadas a profesar. Las dos niñas ingresaron a la orden con una cuantiosa dote proporcionada por su padre.


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