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En un lejano pueblo de Inglaterra vive Carlos, un niño de cabello castaño y unos ojos que hacen juego con el inmenso cielo azul. Este chico, junto a su familia siempre ha vivido en la pobreza. Por otro lado, su madre, la señora Lucía, era la única de la familia que tenía un trabajo permanente o al menos hasta ahora.

Carlos siempre había soñado con tener una gran casa, con vista al mar, una cómoda silla donde su madre pudiera descansar, mientras él la atendiera. Aunque la forma de pensar del resto de las personas siempre lo arruinara.

Un día, como cualquier otro él junto a su fiel amigo «Petrache», un pequeñito perro que nunca lo dejaba solo, decidió ir a buscar a su madre al lugar donde ella trabajaba. No era primera vez que la iba a buscar, es más, se le había hecho un hábito. La patrona de la madre de Carlos, tenía una hija muy hermosa: el fino pelo rubio que tenía lo cautivaba, pero lo que más le gustaba de ella eran sus ojos verde olivo.

Al llegar a la casa, el chico notó algo extraño, por algún motivo había mucha gente alrededor de la de la casa. Un extremo de ésta se encontraba cubierto de humo, Carlos miró detenidamente y comenzó a sentir una extraña sensación de agonía, no comprendía por qué, siguió caminando hacia donde estaban reunidas las personas. Antes de llegar, se le vino a la memoria una imagen de cuando era más pequeño: «se veía junto a su mamá, jugando ambos, corriendo por un extenso campo. Nunca había recordado tan feliz a su madre».

Luego de ese repentino recuerdo, continuó caminando y la agonía aumentaba.

– ¿Qué me está pasando? -se preguntó-, ¿Petrache? ¡Petrache regresa ahora mismo, no corras!… ¡Espera! -Petrache corrió hacia donde estaba la gente-.

Unas cuantas personas se corrieron y el chico pudo ver algo.

– Son pies. Hay una persona -dijo mientras se acercaba al lugar-. Su corazón le latía más rápido de lo normal, no respiraba bien. Pasó por entremedio de las abarrotadas personas, logrando algo que nunca se imaginó.

– ¡Nooo! -gritó, dejándose caer de rodillas al suelo-. ¿Qué te ocurre?, ¿estás dormida?… Mamá, mamita no comiste bien. ¡Por favor despierta!

– Ella no despertará -dijo un anciano con voz ronca-. Hijo, ella está en mejor vida…

– ¿De qué habla? Nuevamente el anciano repitió sus palabras, Carlos lloraba, pero no tomaba en cuenta las palabras de él, no quería creer lo inevitable, ¿cómo podía ser tan injusta la vida?, ¿por qué arrebatarle lo que más quiere en todo el mundo?

Besó a su mamá en la frente y se puso de pie, giró lentamente, todos lo miraban, levantó la vista y vio a su bella amiga o trató de hacerlo ya que las incontrolables lágrimas que caían de sus ojos impedían que él viera algo. Miró nuevamente a su madre que yacía muerta en el piso y le dijo «te amo, y siempre lo seguiré haciendo. Descansa en paz, no te olvides de mi
eh!».

Con esas palabras y su corazón roto en mil pedazos por la repentina partida de su madre, se echó a correr, tras él iba su querido y fiel amigo Petrache.

Corrió durante mucho tiempo, dejando atrás el lugar donde por última vez vio a su querida estrella.


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