Había una vez, un señor llamado Estanislao, este señor era pastelero e iba a abrir una pastelería en honor a su hija, a quien le gustaban mucho los lujos. Él decidió que el pastel de bodas de su hija debía ser una catedral, parecida a la catedral en donde se casaría su hija, que se llamaría: «Catedral de Barcelona».
Él le decía a su hija que si quería que el pastel le quedara de lujo, tenía que hacer una maqueta, lo que le tomaría bastante tiempo, cerca de 90 horas. Era mucho, pero el señor se decía a sí mismo que tenía que hacerlo, eran muchos detalles y poco tiempo, pero decidió ir a descansar y hacerla poco antes de la boda.
Se fue a acostar sin acordarse de que tenía problemas económicos. Al otro día, se levanta y dice:
– ¡Pero qué estúpido! No tengo plata para pagar tantos ingredientes. ¡Qué voy a hacer! ¡Alúmbrame Diosito Santo! ¿Qué hago? No quiero estar endeudado. A ver… ¡Ya sé! Le diré a mi amigo Poncho si me puede dar un adelanto de mi mesada.
Toca la puerta del amigo Poncho, pasa un rato y se queda con 20.500 pesos.
– ¡Uy, me salvé de una grande! Ya, voy a ir a comprar al supemercado, ¡qué bueno! Pero debo escribir la lista con lo que voy a trabajar: azúcar, agua y un endurecedor. Esto es lo que gastaré:
Azúcar: 1.600
Agua especial para pasteles: 2.365
Endurecedor: 4.681
Pasó el tiempo, la hija de Estanislao se casó y su padre le horneó un pastel precioso para el día de la fiesta.
Se dice que Estanislao murió de cáncer a los huesos. Él murió feliz, porque pudo realizar todos sus sueños.
En 1857 fue inaugurado el Teatro Municipal