Un domingo de abril, en el que ya caían las hojas, me fui de viaje a Villa General Belgrano, en Córdoba. Ese día cumplía años mi mamá, entonces fuimos a festejarlo allí.
El día amaneció lindo, con mucho sol. Realmente un día de otoño de esos que ya se van de a poco. Un día para disfrutar en familia y con amigos, ¡tal como lo soñé!
Adivinen ¿qué pasó en el paseo? Me encontré con un chico llamado Federico. Él era cariñoso, bueno, amigable y compañero.
¿Federico estaba paseando al igual que nosotros? No. Federico estaba sin su familia, perdido en esa ciudad.
Fue ahí, que le conté a mi familia que había encontrado a un amigo que estaba solo, triste y aburrido. Entonces, pregunté si podía invitarlo a pasar el día con nosotros, para que él tuviera una familia al menos por un ratito. Y por supuesto que Federico estuvo todo el día conmigo.
De más está decir que nos hicimos muy amigos (¡me encanta tener amigos!), además Federico era puro corazón.
Así pasamos un muy lindo día: dimos vueltas por la plaza, comimos torta y alfajores, nos sacamos fotos para recordar nuestro encuentro, y miles de cosas más… tan sólo en un día.
Al caer la tarde, teníamos que separarnos. Yo volvería a casa, pero ¿y él ? Fue así que le dije que viniera conmigo, que lo llevaría a conocer mi casa y mis cosas. Pero él dijo que Catalina lo esperaba.
¿Quién era Catalina?. Catalina era su mamá. Federico me contó que su mamá lo estaba esperando, él se había alejado de su casa y allí me encontró. Entendí que Federico no podía estar con nosotros, tenía a su mamá que seguro estaba preocupada por él.
– «¡Hasta luego Federico!», dije emocionado. «¡Hasta luego Juanchi!», respondió mi amigo con lágrimas en los ojos. Y cada uno se fue con su familia.
Ahora me queda una sola pregunta sin respuesta: ¿volveré a encontrarme con Federico? Quizás sí, quizás no. Nadie lo sabe. Sólo queda esperar.
Por: Juanchi Manassero. De Río Cuarto, Córdoba, Argentina.