Un día, Juan estaba pensando en la importante presencia de su liceo en Quinta Normal. Aunque no le interesaba mucho ese tema, no podía sacárselo de su cabeza, así que la única forma de resolverlo era respondiéndolo.
Se puso a pensar en la respuesta más adecuada al tema, y pensó en lo siguiente: que su liceo soñado (el grande y bello liceo que siempre estaba imaginando) no era real y que si se destruyera el verdadero, él y sus compañeros no podrían estudiar más, ya que ese colegio era el más barato. En otros, pagarían mucho más de lo que pagan ahora. También, obviamente, no se podría ir al colegio de sus sueños.
A Juan le pareció adecuada la respuesta al tema, pero todavía no podía sacarse el tema de su cabeza. Digamos que a Juan no le iba muy bien en Lenguaje y no le gustaba redactar respuestas.
Volvió a pensar, pero en ese momento el director del liceo entró en la sala. El director del liceo real de Juan era muy diferente al soñado, eso sí, el director era muy alto y fortachón.
Al entrar el director a la sala de clases, la característica más llamativa de él era su ropa, llevaba puestos: zapatos negros, pantalones negros, camisa negra, gorro negro y chaqueta negra. Parecía como si hubiera ido a un funeral y también daba la impresión de que estuviera en uno. Tenía una cara tan desconsolada, como si hubieran robado su rubí de plata escondido en su escritorio (su mayor tesoro).
El director empezó a decir: «Niños, tengo el desagrado de informarles una mala noticia. Quieren demoler nuestro liceo para construir un asilo de ancianos».
Todos se aturdieron por un momento, hasta que por fin retomó la palabra el director: «Tienen tiempo de hacer unas cartas con razones para explicar la importante presencia de nuestro liceo en Quinta Normal y mandárselas a la municipalidad, para poder hacer nuestro último intento de salvar nuestro liceo».
Al escuchar esto, todos se pusieron a escribir cartas para salvar el liceo. Tenían razones estupendas, que parecían hechas por un profesional.
El director dijo que las mandarían al día siguiente a primera hora por correo.
Temprano en la mañana, llegó un señor calvo a recoger las cartas. Eran tantas, que al guardarlas en su mochila, casi se va para atrás.
Al día siguiente, la municipalidad llamó a una gran audiencia para dar a conocer la respuesta a las cartas escritas por los estudiantes.
Todos estaban nerviosos, pero después de un par de minutos, estaban saltando de alegría y vieron llorar al director. La municipalidad había aceptado las razones que habían manifestado y había anulado la demolición y la construcción del asilo.
En ese lindo instante, Juan se dio cuenta que sin su liceo, él y todos sus compañeros no serían nada en la vida y nunca mas volvió a pensar en ese tema.
Fin.
«Dedicado a todos los niños que sueñan y piensan mucho».
Por: Diego Lisoni, 10 años.