El Archipiélago de Chiloé, habitado por huilliches y chonos, fue colonizado tempranamente por los españoles, que se asentaron en el lugar a mediados del siglo XVI. Por la misma fecha llegaron los primeros religiosos que se abocaron a la tarea de evangelizar a la población; eran ellos franciscanos y mercedarios. Sin embargo, serán los jesuitas, llegados en 1608, quienes organizarán el sistema de evangelización que dio su sello característico a esta zona, sistema que será continuado por los franciscanos después de la expulsión de la Compañía en 1767.
Las Iglesias tradicionales de Chiloé se caracterizan por su óptimo aprovechamiento de los recursos del medio ambiente -en particular, de la madera-, por su diálogo e interrelación con el paisaje, y por materializar una cosmovisión eminentemente mestiza. Corresponden a una tipología con rasgos esenciales comunes, cuya configuración -forma, decoración, tamaño, proporciones- admite múltiples variaciones.
Estos templos se emplazan cerca de la costa; en general buscan contar con un resguardo montañoso por el norte, y orientar su pórtico hacia el sur, a fin de protegerse de las lluvias. La Iglesia enfrenta una explanada, que a veces ha tomado la forma de una plaza propiamente tal, y en otras constituye simplemente un espacio delimitado por un cercado o arboleda. El tamaño de la explanada tiene relación no sólo con las dimensiones de la iglesia, sino también con la trascendencia de las fiestas religiosas que se realizan en ella.
Actualmente, existen en Chiloé unas 60 iglesias que corresponden a esta tipología, que denominamos Escuela Chilota de Arquitectura Religiosa en Madera. 16 de estas iglesias -las más representativas de esta escuela- son a la vez Monumentos Nacionales de Chile y Patrimonio de la Humanidad.