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El cerebro contiene los centros nerviosos para el pensamiento, la personalidad, los sentidos y el movimiento voluntario.

Este órgano, que pesa alrededor de 1.200 gramos en un adulto, está compuesto por dos hemisferios ubicados en la parte superior del cráneo y que comprenden casi el 90 por ciento del encéfalo. Cada hemisferio mide de 15 a 17 cm desde la parte anterior a la posterior, y juntos miden entre 11 y 14 cm de ancho.

Debajo de la corteza cerebral, que es una capa de materia gris llena de pliegues, de unos 2 a 6 mm de espesor, se encuentra la sustancia blanca, integrada por millones de fibras nerviosas. Al centro del cráneo, la sustancia blanca de ambos hemisferios se une formando una estructura similar a una cuerda: el cuerpo calloso, que es el más grande de varios haces de fibras nerviosas, llamados comisuras, que conectan zonas específicas de los dos hemisferios.

Ambas porciones cerebrales están separadas por la cisura de Rolando, surco profundo que debe su nombre al anatomista italiano Luigi Rolando, que lo describió por primera vez a principios del siglo XIX. En la parte anterior de esta hendidura, que separa longitudinalmente ambos hemisferios, se encuentra la zona que controla la actividad motora, mientras que en su parte posterior se ubica el control sensitivo.

El hemisferio derecho rige las funciones de la mitad izquierda del cuerpo, y el hemisferio izquierdo controla las de la parte derecha. Esto se debe a que los nervios se entrecruzan en la médula espinal.

El surco longitudinal (cisura de Rolando) y otro lateral, llamado cisura de Silvio, separan a los hemisferios en cuatro cuadrantes -que reciben los nombres de los huesos craneanos que los protegen-: son los lóbulos frontal, parietal, temporal y occipital.

La detección e interpretación de imágenes visuales está localizada en el lóbulo occipital; la percepción auditiva se encuentra en el temporal, lóbulo donde también se ubica el olfato, el equilibrio y la memoria; en el lóbulo parietal se sitúan el gusto y la percepción del tacto (temperatura, presión y dolor); y en el lóbulo frontal se centra el habla, la elaboración del pensamiento, las emociones y los movimientos.

En el interior del cerebro hay cuatro cavidades intercomunicadas, llamadas ventrículos, conectadas con otra cavidad larga y delgada que se dirige hacia abajo por el centro de la médula espinal. Dentro de estos huecos fluye el líquido incoloro denominado cefalorraquídeo o cerebroespinal producido en los ventrículos, y que se renueva cuatro a cinco veces durante el día.

Este medio acuoso, rico en proteínas y glucosa, aporta energía para el funcionamiento de las neuronas y los linfocitos. Estos últimos nos protegen de las infecciones. En otras palabras, al circular a su alrededor, este fluido protege y alimenta a todas las estructuras que conforman el sistema nervioso.

El cerebelo

El cerebelo es la segunda parte más grande del encéfalo. Pesa alrededor de 140 grs, y mide unos 10 cm de ancho, 5 de alto y 6 de largo. Está ubicado debajo de la parte posterior de los hemisferios cerebrales, y encima del bulbo raquídeo y el puente de Varolio. Tiene forma ovoide y está dividido en dos hemisferios y una porción media, por lo que en algunos casos recibe el nombre de «segundo cerebro».

Sus neuronas, que se enlazan con las del cerebro y la médula espinal, tienen por función coordinar los movimientos, haciéndolos suaves y precisos, y controlar el equilibrio, la postura y la orientación del cuerpo.

Alimentación cerebral

Aunque el cerebro tiene el dos por ciento del peso total del cuerpo, necesita del 20 por ciento de la sangre para que transporte oxígeno y glucosa, elementos esenciales sin los que se deterioraría rápidamente, y cuya falta produce mareo, confusión y la pérdida de la conciencia. Después de cuatro a ocho minutos de privación de oxígeno -como, por ejemplo, a causa de asfixia- se produce daño cerebral o muerte.


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