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LA TERCERA Domingo 11 de marzo de 2007
Por : Sofía Otero

Esta no es una reunión de apoderados, aquí se terminan las actividades del centro de padres. Yo no entrego notas. Los veo por primera vez hoy y no los veo más hasta el egreso de sus hijos. Ellos ya son independientes y mayores, les dijo Roberto Nahum. Ese día, cerca de 250 padres se habían reunido en el auditorio central de la Escuela de Derecho de la Universidad de Chile para escuchar las palabras del decano y conocer el lugar donde sus hijos pasarán los próximos cinco años. El encuentro, inédito en los planteles tradicionales de educación superior, surgió hace tres años como respuesta a la evidente falta de madurez de los alumnos, quienes se mostraban poco capaces para asumir con autonomía sus nuevas responsabilidades.

Cuando los jóvenes entran a la universidad, de un día para otro las reglas del juego cambian tanto para ellos como para sus padres. Como director de esta carrera me tocó ver muchos alumnos que no estaban preparados para enfrentar este nuevo escenario y de ahí nació la idea de recibir a los padres y explicarles que la nueva libertad de sus hijos conlleva responsabilidad, disciplina y autonomía, explica Nahum.

Claro que esta novedosa reunión no hace más que graficar un fenómeno que irrumpe con fuerza en la educación superior: apoderados que se sienten con el derecho de involucrarse en la formación de sus hijos con la misma autoridad que ejercían cuando eran apoderados del colegio.

Mi hijo es una lumbrera, él no merece esta nota. Sé que le está yendo mal, necesito ver sus notas. Denle la oportunidad de hacer un segundo examen de repetición. Sé que ella cometió un error al plagiar el trabajo, pero la sanción es muy dura o la exigencia académica es demasiado alta, son algunos de los argumentos que se escuchan con frecuencia en las oficinas de los directores, decanos y hasta vicerrectores.

Para muchos, la explicación de esta intromisión de los padres en asuntos que antiguamente quedaban entre el alumno y su profesor radica en otro fenómeno de la última década: la masificación de la educación superior. Y con ello, el hecho de que en un gran porcentaje de las familias se trata de la primera generación en acceder a la universidad. En otras palabras, padres que no están acostumbrados a la dinámica universitaria, que defienden la cuantiosa inversión que están realizando para asegurar el futuro de sus hijos y que, a la larga, establecen con los planteles una relación más parecida a la de un cliente y una empresa de servicios.

Los alumnos son más heterogéneos porque la admisión se masificó, y nos encontramos con estudiantes más inmaduros que hace 30 años, explica el vicerrector académico de la Universidad del Desarrollo, Sergio Hernández, quien reconoce el cambio en la visión hacia la universidad: Tenemos la política de recibir a los padres porque ellos son, entre comillas, nuestros clientes, agrega.

Apoderados universitarios

Incluso planteles tradicionales han tenido que hacer frente a la irrupción de los padres, aunque con reglas muy distintas. A diferencia de muchas entidades privadas, que entregan las notas a los apoderados si lo solicitan, las instituciones del Consejo de Rectores reservan esta información exclusivamente para el estudiante.

Hemos recibido a padres que vienen porque ven que su hijo anda preocupado y quieren conocer sus notas. Pero nuestra política es relacionarnos solamente con los alumnos, porque son adultos, dice Nuria Pedrals, directora general estudiantil de la Universidad Católica.

Sin embargo, hay quienes consideran que este fenómeno tiene aspectos positivos. El vicerrector de la Universidad Mayor, René Salamé, opina que este es un tema de relaciones humanas. La juventud de hoy ante el más mínimo fracaso se derrumba, entonces es bueno apoyarlos y mantener contacto entre la familia y la universidad. Muchas veces he actuado de psicólogo, dice, pero asegura que no recibe a más de 40 padres al año: Tampoco es una procesión, comenta.

La razones más comunes para acudir a la universidad es enterarse cómo les está yendo a los hijos, pedir que se repitan las pruebas e intervenir en una causal de eliminación. También están los padres que cuestionan la calidad de los profesores cuando a su hijo le va mal. A veces vienen grupos a reclamar, dice la directora de escuela de una universidad privada.

Si bien los padres son atendidos, lo más común es que no logren revertir la situación de sus hijos. Las decisiones se toman en base a datos objetivos y no va a cambiar por lo que diga el papá, dice Hernández, quien recibe cerca de 400 casos al año. Sin embargo, esto no siempre ocurre en todos los planteles. El profesor de química nos dio la opción de resolver
un ejercicio como última instancia para no repetir. Yo lo resolví, pero mi compañera no y la reprobaron. Su papá, que era diplomático, se entrevistó con el director y al año siguiente ella estaba sentada en la sala de segundo año, cuenta María Luz González, ex alumna de una universidad privada.

Por padres sobreprotectores que viven aterrados ante un eventual fracaso

Una generación con poca autonomía

Si bien en todas las universidades coinciden en que los padres se acercan a las instituciones con las mejores intenciones, la mayoría de los apoderados no sabe que esta intervención tiene muchos más efectos negativos que positivos. La etapa de la adolescencia termina con el logro de la autonomía. El desafío de la juventud es lograr esta independencia. Si los padres supervisan su universidad entorpecen y retardan su desarrollo, explica la psicóloga de la Universidad Católica, Isidora Mena. Generalmente los apoderados que controlan la dinámica universitaria tienen un historial de también haber controlado mucho a sus hijos en el colegio: Los estudiantes ya son un poco mamones y posiblemente van a necesitar un año entero para aprender a responsabilizarse. Si el joven está acostumbrado a ser poco autónomo es probable que se dé un par de cabezazos al principio, pero hay que dejar que lo haga.

Los padres que se acercan constantemente a los planteles tienen como característica común el miedo principalmente a dos cosas: al fracaso y a que agentes externos dañen la felicidad de sus hijos. Creen que un pequeño error va a implicar el fracaso rotundo de toda la vida. Están aterrorizados y tratan de evitar que sus hijos cometan la más mínima falta, cuando en la juventud los errores son la mayor fuente de aprendizaje, explica. Y agrega: Hay un temor a lo que puede suceder si no tienes educación. Y con razón. Hoy en día la educación es más determinante para la inserción laboral que hace 30 años.


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