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LA TERCERA. Lunes 5 de marzo de 2007.
Por  Elizabeth Simonsen.

Un buen o mal profesor puede hacer la diferencia de un año entero de aprendizaje. Según investigaciones internacionales, un alumno con un profesor de excelencia puede lograr un aprendizaje equivalente a un año y medio de estudio adicional, mientras que un estudiante con un mal docente logra sólo medio año.
 
Pero ¿cómo se define a un buen profesor? La mayoría de los países, incluido Chile, tiene definidas las competencias que debe tener un buen docente, las que aplican en los programas de evaluación o de acreditación de excelencia docente. Lo ideal es que todas ellas sean lo más parejas posibles, aunque hay algunas más importantes, como la  evaluación, pues sin ella no será capaz de ver si sus alumnos aprendieron.

Contenidos aplicados a la realidad.

Un adecuado conocimiento de la disciplina implica no sólo manejar los contenidos mínimos definidos por el marco curricular nacional, sino conocer las nuevas tendencias y poder aplicar los conocimientos a la realidad.

2. Didáctica, caso a caso.

No basta con manejar bien la disciplina, sino con transmitir los conocimientos de manera de garantizar que todos los alumnos, independiente de su realidad, aprendan. En este sentido, un buen profesor debe ir de lo general a lo particular, mostrando mayor complejidad de manera paulatina. Por ejemplo, no es llegar y plantearle un problema matemático a un niño sin antes prepararlo para que se pregunte con qué herramienta cuenta y qué interrogantes debe formularse. “Otro aspecto es difundir los contenidos según los intereses de los alumnos o el contexto en el que se desenvuelven”, explica Rodolfo Bonifaz, del Centro de Perfeccionamiento, Experimentación e Investigaciones Pedagógicas del Mineduc. También es importante anticiparse y corregir los errores que cometen los jóvenes: los de básica suelen confundir área y perímetro.

3. Pruebas, bien formuladas.

Permiten medir si los niños aprendieron, así como reformular la práctica a partir del rendimiento. “Si la prueba es sobre una unidad, se debe abarcar toda la materia y no sólo parte de ella”, agrega Bonifaz. Igual de importante es que los exámenes midan la capacidad de los alumnos de usar su conocimiento y no sólo de memorizar. Por ejemplo, en el caso de matemáticas, si se está evaluando multiplicaciones, los test no sólo deben incluir dichas operaciones en forma simple, sino a través de la realización de problemas. En lenguaje, una prueba no debe medir sólo comprensión lectora, sino también uso del texto a través de las preguntas abiertas. Además, los exámenes deben ser formulados de manera que permitan discriminar los niveles de aprendizaje reales de los alumnos: una prueba en la que a todos les fue estupendo o todos salieron reprobados significa que estuvo mal  diseñada. Un buen profesor explica a los alumnos los criterios de evaluación y los estimula a autoevaluarse.

4. Un adecuado clima de aula.

Diversos estudios han demostrado que la interacción profesor- alumno y la relación entre los estudiantes explica más del 50% del rendimiento de los niños. Por eso, las expectativas del profesor sobre las posibilidades de aprendizaje y desarrollo de sus alumnos, así como el clima de confianza y respeto mutuo en el aula son fundamentales. Un buen profesor se centra en las fortalezas más que en las debilidades, deja a todos participar, aborda los  errores no como fracasos, sino como posibilidades de aprender, y establece reglas claras y conocidas para todos.

5. Planificar.

El profesor debe organizar cada clase en función de la unidad y ésta en función de los objetivos del año”, dice Claudia Peirano, directora del Centro de Microdatos de la U. de Chile, entidad que ejecuta la acreditación de los profesores de excelencia en el país. Igual de importante es que les explique a los niños. al inicio de cada clase, qué se aprenderá y qué se espera de ellos, y que al final los invite a reflexionar. En un aula sin ‘reglas’ se pierde tiempo en asuntos como pasar lista, mantener la conducta y explicar muchas veces las instrucciones y los estudiantes no saben qué hacer para empezar la actividad o cuando terminan el trabajo. En una clase bien administrada, en cambio, las clases tienen claros comienzos y finales, pero también hay momentos de relajación.


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