Arte y arquitectura
Seguramente, estas dos expresiones debieron ser en los aztecas mucho más de lo que hoy se conoce, pero la fiebre por el oro de los españoles, la brutal guerra de conquista y la extirpación de las idolatrías por parte del catolicismo, arrasaron con buena parte del patrimonio cultural de esta civilización.
El estilo azteca en el arte y la arquitectura estaba determinado por la inspiración religiosa. Así, por ejemplo, en lo que respecta a la arquitectura -que solo se conoce por los restos que han sobrevivido-, sus edificaciones más representativas son los templos-pirámides. Estos, que siguieron las tradiciones constructivas de los mayas, mostraban una estructura escalonada, con un templo o conjunto de templos en su cima truncada (no en punta como las egipcias). En cuanto a sus ciudades, se conocen algunas características de la más importante, Tenochtitlán. Así, según cronistas españoles y los restos encontrados de su Templo Mayor, se sabe que constaba de grandes avenidas, canales navegables, chinampas (ver infografía), un gran mercado, varios barrios y altas pirámides. Esta habría sido posiblemente la mayor ciudad del mundo en su época.
Los aztecas fueron hábiles escultores y en sus obras plasmaban el simbolismo religioso, como la «Coatlicue» (de 2,5 metros de alto) y la «Piedra del sol» (calendario azteca en bajorrelieve) o naturalistas (animales, tales como saltamontes, coyotes, etc.).
Como artesanos, los aztecas también se destacaron en la orfebrería (joyas y máscaras), los tejidos, los mosaicos, el tallado de piedra y la plumería (penachos, trajes y escudos de plumas de aves exóticas). Dentro de la pintura se distingue la de los códices (manuscritos pictográficos hechos sobre piel animal, tela y papel), que eran confeccionados por expertos escribas llamados tlacuiloani.
Ciencia y Educación
Los aztecas, al igual que los mayas, desarrollaron un calendario basado y perfeccionado del inventado por los olmeca (heredado por mayas, zapoteca, entre otros pueblos). Los aztecas tenían dos calendarios, uno era el civil o solar de 365 días y el otro, el místico o adivinatorio de 260 días (Tonalpahualli). La combinación de ambos producía siglos de 52 años de duración.
Este pueblo también destacó por sus prácticas empíricas de medicina (o Ticiotl) y del uso de plantas medicinales, ambas mezcladas, eso sí, con la magia y el chamanismo.
La educación era muy estricta y se impartía desde los primeros años. A los hombres se les inculcaba la vocación militar. Así, desde pequeños se les formaba para ser hombres fuertes y el recurso de los castigos corporales no era infrecuente, por ejemplo: arañar al niño con espinas de cacto u oler vapor de ajíes quemados. Cuando los niños cumplían 15 años se confiaba su enseñanza a un templo o un colegio guerrero en que se les inculcaban valores (verdad, justicia, deber, etc.) y habilidades como el canto y el baile y conocimientos sobre religión, historia, matemáticas, interpretación de los códices, entre otros. A las mujeres se les instaba a cuidar de sus modales y realizar todos los quehaceres domésticos (moler y preparar alimentos, hilar el algodón, etc.)
Aunque los aztecas conocían un tipo de escritura jeroglífica, la transmisión de su cultura se realizó principalmente de forma oral. La educación se impartía en dos instituciones, el telpohcalli, para los plebeyos, y el calmécac, para los nobles. Los aztecas se destacaron por el desarrollo de las ciencias como la astronomía y las matemáticas, en donde incluso desarrollaron un sistema vigesimal. La arquitectura azteca solo se reconoce por los restos que sobrevivieron de las destrucciones hechas por los españoles. Las edificaciones más características son los templos de estructura piramidal. Su escultura fue de tipo naturalista y simbólica y su artesanía destacaba por la pintura de códices (manuscritos), la orfebrería de piedras semipreciosas, los tejidos y los trabajos con plumas.
La pintura, literatura y música
Fuera de la arquitectura, los aztecas destacaron en prácticamente todas las demás artes, como en el caso de la pintura, donde el escriba azteca ostentaba el título de pintor. De hecho, los manuscritos jeroglíficos y pictográficos, se refirieran a los más diversos temas, eran recopilaciones de imágenes, secuencias de cuadros cuidadosamente dibujados y coloreados. Los códices (manuscritos antiguos) aztecas muestran influencias mixteca y de la zona mixteca-puebla.
Es imposible separar a la literatura de la música en la cultura azteca, como sus propias palabras lo demuestran: cuicatl significaba canto y poema. El náhuatl era la lengua que usaban los aztecas y, por su agilidad y riqueza, se prestaba perfectamente tanto para la descripción de acontecimientos como para registrar ideas abstractas o elaborar largos discursos salpicados de imágenes y sentencias, a las que los mexicanos eran muy entusiastas.
Los tributos
Estos fueron la base de la riqueza del imperio. La mayoría de las ciudades los pagaban varias veces al año y su variedad y cantidad era grande. Entre los productos tributados estaban: los cereales, el cacao, los tejidos, etc.
La religión azteca
Los dioses
Los aztecas tenían la reputación de ser los más religiosos de los aborígenes mexicanos. Su religión, simple y total, se había enriquecido y complicado debido a sus contactos con los pueblos sedentarios y civilizados del centro de México, y los que con posterioridad cayeron bajo su dominio.
De su pasado de bárbaros, habían conservado las divinidades astrales. El disco solar era adorado bajo el nombre de Tonatiuh. Huitzilopochtli, dios guía de la tribu, encarnaba el Sol de mediodía.
Quien le igualaba en importancia era Tezcatlipoca. Era el símbolo de la Osa Mayor y del cielo nocturno, lo veía todo mientras él permanecía invisible. Protegía a los guerreros y esclavos, inspiraba a los grandes electores en las designaciones de los soberanos y castigaba y perdonaba las faltas. En el pasado mítico había conseguido expulsar a la benévola Serpiente de Plumas e imponer en México los sacrificios humanos.
El dios del fuego era uno de los más importantes del panteón azteca. Se le llamaba el Señor de la Turquesa. Residía en el hogar de cada casa. Era especialmente adorado por los comerciantes.
Ya está dicho que Tlaloc era el dios del agua y de la lluvia. Junto a la diosa Chalchiuhtlicue, deidad de las vías fluviales, se les rendía un culto ferviente, debido a que, en un país de clima seco, la vida de los hombres dependía de su buena voluntad. Esta importancia de Tlaloc se reflejaba en el Gran Templo de Tenochtitlán, que estaba coronado por dos santuarios: el de Huitzilopochtli, blanco y rojo, y el de Tlaloc, blanco y azul.
De todos los personajes divinos conocidos de la alta antigüedad clásica, era Quetzalcóatl el que había experimentado las transformaciones más profundas. La Serpiente de Plumas no simbolizaba ya las fuerzas telúricas y la abundancia de la vegetación. El dios del planeta Venus, que era a la vez la Estrella de la Mañana y Estrella de la Tarde, correspondía, junto con su gemelo Xolotl (dios-perro), a la noción de muerte y de resurrección. El Señor de la Mansión de la Aurora, dios del viento, héroe cultural e inventor de la escritura, del calendario, de las artes, permanecía conectado en el pensamiento religioso de los mexicanos. Era por excelencia el dios de los sacerdotes.
Resumiendo, en este copioso panteón se codeaban divinidades antiguas y recientes, terrestres y astrales, agrícolas y lacustres, tolteca-aztecas y exóticas, tribales o corporativas. Todas las formas de la actividad humana dependían de un poder sobrenatural, desde el mando de los ejércitos hasta la confección de tejidos, y desde la orfebrería a la pesca.
El universo y la guerra sagrada
Los antiguos mexicanos se imaginaban al mundo como una especie de Cruz de Malta. A cada una de las cuatro direcciones correspondía un color, una o varias divinidades, cinco signos del calendario adivinatorio, uno de ellos el portador del año.
Los aztecas estaban seguros de que nuestro mundo había sido antecedido por otros cuatro universos, los Cuatro Soles. Y que la humanidad descendía de Quetzalcóatl. Él había ido a los infiernos a robar los huesos resecos de los muertos y los había rociado con su propia sangre para volverlos a la vida.
En cuanto a nuestro mundo, era designado como naui-ollin cuatro-temblor de tierra). Los aztecas pensaban que estaba condenado a hundirse entre inmensos cataclismos y que unos seres llamados Tzitzimine (especie de brujas demonios) surgirían desde las tinieblas y aniquilarían a la humanidad.
El alma azteca estaba impregnada de un profundo fatalismo ante el mundo. Al final de cada ciclo de 52 años, se temía mucho que la unión o empalme de los años no se cumpliera: el nuevo fuego no alumbraría, todo se hundiría en el caos.
La misión del hombre en general, particularmente de los mexicas, pueblo del Sol, era evitar incansablemente el asalto de la nada. Con este fin estaba obligado a suministrar a todas las divinidades el agua preciosa sin la cual la maquinaria del mundo cesaría de funcionar: la sangre humana. De esta noción emanan la guerra sagrada y la práctica de los sacrificios humanos. El Sol exigía sangre y los mismos dioses le habían dado la suya.
Los códices aztecas
En estos manuscritos, los aztecas plasmaron su concepción del mundo, sus creencias religiosas, sus actividades comerciales y cotidianas. Entre los que se han preservado están el Borbónico y el Tonalamatl de Aubin.
La sociedad azteca
Pero entre los siglos XIII y XIV se produjo un cambio, debido a la influencia cultural y política que recibieron de sus vecinos y de sus conquistas. Así se desarrolló una sociedad azteca con carácter jerarquizado y complejo.
En la cúspide de esta sociedad se encontraba el emperador o tlatoani, como jefe político y militar. El tlatoani tenía su contraparte, llamado cihuacoatl, un jefe religioso. Ambos eran elegidos por un consejo de ancianos y jefes tribales.
Otro rasgo característico de la sociedad azteca era su división en castas. La casta de los nobles (pipiltin) estaba formada por los miembros de la familia real, los jefes de los calpulli y los jefes militares. La nobleza ocupaba un lugar de privilegio, muy alejado del que gozaban los macehualtin, que eran los labradores, comerciantes y artesanos englobados en los calpullis, que eran unidades sociales formadas por un grupo de familias.
Más abajo en la escala social se encontraban los siervos (mayeques), que trabajaban en las tierras estatales o de la nobleza. También estaban los esclavos (tlatlacotin), que se empleaban como fuerza de trabajo o eran reservados para los sacrificios religiosos.