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«Estamos ante un incendio». Es el diagnóstico de Cristián Cox, director del Centro de Estudios de Políticas y Prácticas en Educación (Ceppe), ante el explosivo aumento de los profesores titulados en la última década.

Los docentes de educación básica que se graduaron en 2000 apenas superaron los 430 y los de media llegaron a 1.854. Una pequeña cifra si se compara con los que se titularon en 2008: 5.351 para básica y 4.789 para media, según estadísticas del Sistema Nacional de Información de la Educación Superior.

En el período, los maestros básicos titulados aumentaron 1.127%, mientras los de media crecieron a un ritmo más cercano al de todas las carreras universitarias, 158%. Paralelamente, hubo 250 mil estudiantes básicos menos que en 2000.

Cada año, el sistema escolar necesita siete mil docentes, en total. Pero el problema de la enorme cantidad de trabajadores de la educación que no podrán insertarse en el mercado laboral no es el único que surge ante estas cifras.

La calidad de la educación que reciben los niños también está en jaque. «Antes nadie quería ser profesor», dice Juan Pablo Valenzuela, investigador del Centro de Investigación Avanzada en Educación (CIAE), de la U. de Chile. La demanda por estos profesionales se mantuvo congelada durante muchos años. Hasta que en 2002 comenzó el crecimiento desmedido. Pedagogía se convirtió en una carrera barata, fácil de dar en cualquier sede, con bajos requerimientos académicos y que responde al deseo que tienen los jóvenes de entrar a la universidad.

«Pero la vocación es independiente de la capacidad académica», indica Valenzuela. En 2008, alrededor del 50% de la matrícula accedió a programas que no piden PSU. De la mitad restante, sólo hay dos programas de educación básica en el país cuyo último matriculado logró más de 600 puntos en la PSU: los de las universidades Católica y De los Andes.

«Una expansión de la matrícula de estas dimensiones, quiere decir que un sistema que antes era poco selectivo, hoy día es cero selectivo», añade Cox.

A la misma conclusión llegó el informe Mc Kinsey, que estudió cómo los países con mejores logros educativos llegaron a ese nivel. «La falta de control del ingreso al profesorado lleva casi inevitablemente a una sobreoferta de candidatos que, a su vez, genera un efecto sensiblemente negativo en la calidad docente», dice el informe.

Por eso, los expertos remarcan la importancia no sólo de poner barreras en la salida de los profesionales, como la evaluación docente o la prueba Inicia -que se toma a los egresados de educación básica y parvularia-, sino también contar con mayores filtros de ingreso a las carreras de pedagogía

«No existe esfuerzo formativo imaginable que pueda transformar a esa base de estudiantes de pedagogía en profesores de calidad. Después, no hay remedio que valga: ni evaluación docente, ni incentivos ni capacitación continua», explica Cox.

Mejores salarios y perspectivas profesionales, al menos equiparables a otras carreras, deberían acompañar estas barreras de entrada, según los expertos. «Esto está muy relacionado con la carrera docente. Los sueldos son muy planos y es alarmante la cantidad de buenos profesores que dejan el aula porque no hay incentivos para detenerlos», explica Carmen Sotomayor, investigadora del Ciae.

Las remuneraciones de los docentes son las menores entre 40 carreras profesionales, tanto al segundo como al quinto año de haberse titulado.


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