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La minería en el siglo XVI permitió a los primeros conquistadores la acumulación del capital que hizo viable la empresa constructora de la Capitanía.

En el siglo XVII el Reino de Chile fue redimensionado, y la actividad agrícola –a través de las encomiendas/haciendas– pasó a concentrar la economía dada la prioridad de la supervivencia alimentaria. La exploración de yacimientos se desplazó fuera de las zonas de guerra por la larga resistencia de los aborígenes del sur de Chile, iniciándose con ello la explotación de las primeras minas en el norte.

Después de la Conquista y luego de la explotación de los lavaderos de oro, la minería desapareció casi por completo en el país; pero resurgió durante el siglo XVIII, gracias a la consolidación del comercio externo, siendo el principal producto la plata y luego el oro. Esto contribuyó en gran medida a aumentar la fortuna de los altos círculos sociales de la época y, a través del impuesto llamado quinto real, ayudó al Estado español a financiar sus gastos en el país. El cobre, en cambio, se producía en pequeñas cantidades, solo para las necesidades locales, exportando esporádicamente a Perú o al otro lado de la cordillera.

Sistema de trabajo

Cuando los españoles llegaron a América, venían con la intención de enriquecerse rápidamente a costa de lo que esta tierra les ofreciera, para lo que obligaron a los aborígenes a trabajar en todo tipo de faenas. Los gobernadores, a nombre del rey, encomendaban grupos de aborígenes a cada dominador español, para que estuviesen bajo su tutela y mando. Este sistema fue más conocido como encomienda, y cada español a cargo de un grupo de indígenas recibió el nombre de encomendero. Según las intenciones de cada gobierno español, los aborígenes debían pagar tributos al encomendero, en especies o dinero. Pero ellos no se conformaban con eso; además los obligaban a trabajar arduamente, lo que se mantuvo constante durante esta época en Chile.

Sin embargo, a cambio de los beneficios que recibían los encomenderos, debían cuidar a sus aborígenes, proporcionarles alimentos, ropa e integrarlos a la fe cristiana. Pero esto nunca se cumplió; solo se encargaron de hacerlos trabajar muy duro para obtener la mayor cantidad de beneficios personales, cometiendo grandes abusos en contra suya.

Con el tiempo, los aborígenes fueron disminuyendo, por lo que a la encomienda se le restó importancia, hasta su abolición, aprobada por el rey y puesta en práctica más tarde por el gobernador Ambrosio O’Higgins.

Al finalizar el período colonial, los mestizos se habían convertido en la principal fuerza de trabajo. Los esclavos negros tuvieron menor importancia, dado su alto precio y el riesgo que significaba que pescaran alguna enfermedad o murieran.


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