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El origen de la vida es el problema que inquieta el pensamiento de hombres y mujeres en distintas culturas y desde tiempos inmemorables. La respuesta a la pregunta ¿cómo surgió la vida? constituye uno de los problemas más trascendentales en las ciencias naturales. En el mundo occidental, la versión históricamente más aceptada ha sido el creacionismo o creación divina, la cual propone que los organismos fueron creados por Dios y que aparecieron en la tierra tal como hoy los conocemos.

En Europa, a mediados del 1600 o siglo XVII perduró la idea de que la vida provenía de materia inorgánica (incluso de la basura). Esta idea no era nueva, ya que tuvo su origen con el filósofo griego Aristóteles (384 a. C) quien a través de sus observaciones pensaba que de la carne putrefacta se generaban moscas y gusanos.  Sin embargo, hubo personas que estudiaron el tema y plantearon ideas distintas en contra de la generación espontánea presentando argumentos y evidencias experimentales. Uno de los principales precursores de estas ideas fue Francisco Redi (1626-1698), quien propuso un experimento a través del cual ubicó trozos de carne putrefacta en dos frascos (uno cerrado y el otro abierto expuesto al ambiente) y pudo observar que las moscas se encontraban sólo en el frasco donde existía exposición al ambiente, sin embargo, en el frasco cerrado no hubo presencia de moscas. Estas experiencias le permitieron concluir que la vida no se genera espontáneamente.

Posteriormente, el científico ruso Alexander Oparin (1894-1980) propuso, en la década de los 20, una hipótesis para explicar el origen de los primeros seres vivos a partir de una “sopa primitiva”, que consistía en una mezcla de agua y moléculas propias de las condiciones ambientales presentes en la tierra de hace miles de millones de años. La teoría del origen químico de la vida propuesta por Oparin, establece que el agua proveniente de las frecuentes erupciones volcánicas, junto con moléculas que contienen carbono e hidrogeno, reaccionaron químicamente, originando las primeras moléculas orgánicas que fueron los cimientos de construcción para la formación de las primeras células, a las cuales Oparin llamó «coacervados».

Un joven estudiante de doctorado, Stanley Miller, en 1953 se interesó fuertemente por tratar de resolver el problema del origen de la vida y comenzó a trabajar en un diseño experimental que le permitiera recrear las condiciones ambientales presentes en la tierra primitiva. Para tal diseño, utilizó una estructura de vidrio que estaba sometida a una fuente de calor y con electrodos que realizaban descargas eléctricas. Los reactantes utilizados fueron; Metano, amoniaco (NH3), hidrógeno y agua, transcurrida una semana observó que el agua se tornó de color marrón y decidió detener el experimento.

Dentro de los productos obtenidos se encontraron; glicina y alanina, los cuales corresponden a un tipo de molécula orgánica llamada aminoácido que son los componentes básicos de las proteínas, las cuales son necesarias para la estructuración de los organismos. Con los aportes de Miller se asienta la idea de Oparin de un proto-viviente o «coacervado». La publicación del experimento de Miller trajo consigo un gran interés a la comunidad científica por continuar comprendiendo los mecanismos que permitieron nuestra evolución.

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