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La Reforma dividió a Europa en dos campos antagónicos. Dio lugar a dos grandes guerras, la de los católicos y los hugonotes en Francia, y a la bárbara guerra de los Treinta Años en Alemania. Ninguna de las dos formas de religión obtuvo una victoria completa. El catolicismo triunfó en España, Italia, Francia y el sur de Alemania; el protestantismo, en el norte de Alemania, Holanda, Suecia y Escocia. Inglaterra adoptó una religión que no era el catolicismo ni el protestantismo extremos, sino más bien un término medio entre ambos.

En el transcurso de la lucha, la Iglesia pronto se dio cuenta de que debía hacer algo para mejorar su propia estructura y tener posibilidades de éxito frente al empuje de los reformistas protestantes. Por este motivo, convocó en la ciudad italiana de Trento un Concilio, donde se hizo una revisión a fondo del gobierno y la doctrina de la Iglesia. No en el sentido de hacer concesión alguna a los reformadores; en realidad, después del conflicto quedó más resuelta que nunca la defensa, hasta la muerte si era necesario, de la antigua fe. Pero se corrigieron defectos que había perjudicado a la Iglesia en los primeros tiempos de la Reforma.