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Nuestro recorrido por Egipto inicia en la última estación, que seguramente, la desertización y la paulatina extinción de plantas y animales potenciaron la creciente importancia de la ganadería y el cultivo. Con el desarrollo de la sociedad agrícola, llegó la acumulación de excedentes y el surgimiento de sociedades cada vez más estratificadas. De ello son reflejo la existencia de tumbas con ajuares propios de una elite poderosa, y un líder que gobernaba por encima de territorios cada vez más amplios.

A diferencia de otros países, el territorio de Egipto está muy bien delimitado: los límites lo marcan el desierto y el mar. En su interior, como si fuera su columna vertebral, un río que lo atraviesa de extremo a extremo. El Nilo configura así el oasis más largo del mundo (6,600 Kilómetros de longitud, aunque, en realidad, los antiguos egipcios se asentaron -en los últimos 1,300 Kilómetros debido a que era el único tramo posible para la navegación fluvial). Cataratas en el extremo sur y en el extremo norte, el delta.

Esta claridad geográfica, sin duda, jugó un papel destacado a la hora de configurar una identidad propia. Los antiguos egipcios llamaban a su país kemet, es decir, la tierra negra, para diferenciarlo del desierto que lo rodeaba, o deshret, la tierra roja que ocupa el 90 % del país. También se llamaban a sí mismos remet-en-kemet, el pueblo de la preciada tierra negra, esto es, del reducido espacio cultivable. La tierra negra no era otra cosa que el fértil limo que el Nilo depositaba durante la inundación anual. Ahora bien, la esperada riada no era tan regular como la gente cree. Diferentes textos hablan de períodos de hambruna que duraron años y fueron provocados por crecidas insuficientes o exageradas.

Mucho antes de la unificación de los pueblos del Norte y del Sur, fue necesario asentar dos importantes pilares culturales: la ingeniería hidráulica, que permitió canalizar convenientemente las inundaciones del Nilo, y la estructura social, que aseguró un sistema de almacenaje de grano para hacer frente a las hambrunas, así como un idioma y un sistema de creencias garantes de una identidad propia. En ambos casos, se requirió una asombrosa capacidad de cohesión social.


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