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El impresionismo se desarrolló entre 1860 y 1900, principalmente en Francia. Los impresionistas retrataron en sus cuadros las diferentes facetas de la vida en la ciudad. Pintaron los exclusivos bulevares parisinos, las modernas construcciones de acero de las estaciones ferroviarias o también las excursiones al campo y los almuerzos en plena naturaleza, sin plantearse ninguna problemática social.

Elegían temas instantáneos y casuales. Mezclaban los colores (generalmente claros) desordenadamente en la paleta, y los pintaban rápidamente sobre la tela. Esto lo hacían para captar de la mejor manera los inestables efectos luminosos.

Si bien Claude Monet fue el principal representante del movimiento impresionista, existieron otros tan destacados como él. El precursor fue Edouard Manet, quien aplanaba las figuras y neutralizaba las expresiones emocionales. Incluso, su pincelada libre e imprecisa y sus amplios parches de color unos junto a otros, hacen que se lo considere como el primer pintor moderno.

Aunque su interés por los temas de la vida cotidiana y su deseo de captar la rapidez de esta, lo vinculaban con los impresionistas, Edgar Degas se diferenciaba de ellos porque no disolvía la forma tan radicalmente y prefería pintar figuras en interiores. En sus cuadros destaca sobre todo el uso de los pasteles (pigmentos en polvo mezclados con goma), con lo que consigue efectos de gran riqueza, y el sistema de sombrear mediante una capa de color intenso sobre otra.

Camille Pissarro fue también uno de los creadores del impresionismo, junto con Pierre-Auguste Renoir. Los temas favoritos del primero eran los paisajes, las escenas fluviales, las vistas de las calles de París y el trabajo de los campesinos. Los intereses de Renoir eran parecidos a los de Monet y Pissarro; pero también realizó una importante cantidad de retratos y cuadros de figuras. Son célebres sus numerosos estudios de desnudos femeninos de piel nacarada.

Mientras los impresionistas se dedicaban a fijar los efectos temporales, como los cambios de la luz, Paul Cézanne se preocupaba de los aspectos eternos de la naturaleza. En sus lienzos de la Montaña Sainte Victoire, luchó por plasmar el color y el volumen de una montaña vista desde lejos. El interés de Cézanne por las formas geométricas tuvo gran influencia en el desarrollo del cubismo.