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Bernardo O’Higgins tenía 24 años y todo su futuro se veía ligado a una próspera vida de acaudalado agricultor. Sin embargo, pese a su dedicación a las tareas del campo, Bernardo no pudo olvidar sus conversaciones con Miranda y su ideario de libertad para su tierra.

La hacienda Las Canteras estaba en manos de su madre doña Isabel y del hermano de ésta, don Manuel Riquelme. Inició así una era de prosperidad que le permitió dedicarse de lleno a su trabajo político, pasando de soldado a caudillo.

Entre las muchas pertenencias que se llevó a la hacienda figuraba un hermoso piano vertical que aún hoy se conserva en el Museo Histórico de Maimón.

Sentía que la culpa de todas las humillaciones de su madre y las que él mismo había sufrido, se originaban en el sistema monárquico.

Muy pronto comenzó a visitar a don Juan Martínez de Rozas, cabeza de la aristocracia penquista, descubriendo que éste también vibraba con la imagen de un Chile independiente y que había otros hombres que pensaban de igual manera.

Las reuniones comenzaron a sucederse en casa del abogado José Antonio Prieto, bajo un estricto secreto pues vigilaba el ojo inquisidor del Intendente español. José Bonaparte fue nombrado Monarca de España en desmedro de Fernando VII para que no fueran aplastadas por Napoleón las ideas de emancipación.

Desde su cargo de alcalde de Chillán, para el que fue elegido en 1806, mantuvo permanente comunicación con Santiago a través de Martínez de Rozas y José Antonio de Rojas.

Todo pareció precipitarse, y desde Quito llegaron noticias: los criollos habían derrocado a las autoridades coloniales. Esto hizo que se profundizaran más las dificultades entre el Gobernador español y el Cabildo de Santiago, viéndose el mandatario en la obligación de renunciar.

Don Mateo de Toro y Zambrano, anciano ya, fue designado como máxima autoridad.

No costó mucho convencer a don Mateo para convocar a una asamblea consultiva el 18 de septiembre de 1810 se formó la Primera Junta de Gobierno, en la que el revolucionario Juan Martínez de Rozas fue nombrado vocal.

O’Higgins por su parte, no perdió el tiempo. En un hábil maniobra convenció al comandante Benavente, jefe de los Ejércitos de la Frontera, y con su autorización organizó el Regimiento Número Dos de Laja con los inquilinos de la hacienda Las Canteras, ejemplo que muy pronto fue imitado al aprobar la Junta de Gobierno un plan de defensa para todo el Reino.

El país estaba en ebullición. Don Juan Martínez de Rozas había obtenido que se convocara a elecciones para formar el Primer Congreso Nacional. Y en La Laja los pobladores eligieron por unanimidad a don Bernardo O’Higgins como diputado ante el nuevo Congreso.

De allí en adelante, nada detendría al caudillo para hacer realidad sus sueños de libertad para su tierra.

El guerrero

Su carrera parlamentaria se inició al momento mismo de ingresar al Congreso Nacional en el bando de los patriotas. Sus frecuentes roces con la mayoría realista y moderada del Congreso, no fueron obstáculo para que en diciembre del mismo año O’Higgins integrará la Junta de Gobierno con Carrera y Gaspar Marín.

Paralelamente a su quehacer como diputado, seguía su trabajo de agricultor en la hacienda Las Canteras, y fue justamente allí donde lo sorprendió la invasión realista.

Pareja, al mando de 2.000 hombres, desembarcó en Talcahuano ocupando toda la zona. Allí se le sumaron las fuerzas realistas de la región, con las que reunió 5.000 combatientes.

O’Higgins, a la voz de invasión, se puso bajo el mando del General don José Miguel Carrera, integrándose al Ejército.

La entrevista de dos hombres que iban a unirse en una empresa común, no podía ser sino muy formal. Aunque en secreto pudieran mirarse el uno al otro con recelo.

Una vez reunidas las fuerzas patriotas, hubo paridad con las enemigas. Pero, finalmente, el arrojo y la suerte estuvo con las fuerzas de Carrera y determinó que la campaña fuera rápida y feliz en favor de los patriotas.

Desbaratado el enemigo en Yerbas Buenas y San Carlos, los realistas se asilaron en Chillán. Los patriotas, por su parte, invadieron todo el territorio sur hasta el Bío Bío, el que hasta ese momento era dominado por las fuerzas leales al Rey.

Sólo Los Angeles, llave maestra de la alta frontera, quedó en poder del enemigo.

Una marcha triunfal

En aquella campaña de cuarenta días, que fue más bien una marcha triunfal, O’Higgins se había mantenido por lo común a la vanguardia o moviéndose por los flancos con sus jinetes. Había sido en realidad Comandante General de la caballería patriota. Aunque sólo tenía el titulo de jefe de partida y ejecutaba frecuentemente las operaciones de simple guerrillero.

Con un puñado de soldados resueltos, se tomó la ciudad de Los Angeles y el enemigo quedó completamente aislado en Chillán, sin poder retirarse y sin su principal compuerta para recibir socorros.

Despechados los realistas, se vengaron de la fortuna y del arrojo del caudillo insurgente quemándole sus casas de Las Canteras, construidas sólo dos años antes, y saqueando campos.

Pero O’Higgins nunca cuidó su fortuna mientras reparaba los daños de la patria. Al contrario, aniquilados esta vez todos sus valores, incluyendo sus joyas de familia, empeñó su crédito y firmó vales hasta la suma de dieciséis mil pesos, bajo su sola responsabilidad para habilitar su tropa.

Así, el 30 de junio de 1813 logró partir O’Higgins con un millar de soldados.

«El primer soldado»

Por su hazaña en la batalla de El Roble, O’Higgins ganó para siempre la fama de Primer Soldado. Y de verdad mereció el título, luego que el realista Elorriaga cayera de madrugada sobre los campamentos patriotas causando un pánico indecible. A medio vestir, saltó O’Higgins de la cama y divisó entre la niebla matinal al enemigo que llegaba derribando los cercados. Los soldados comenzaron a huir y O’Higgins comprendió en ese instante que no quedaba otra alternativa que salvarse con un heroico esfuerzo. Cogiendo el fusil de un soldado que cayó a su lado y levantándolo en el aire, pronunció con toda su voz aquellas palabras inmortales: «¡A mi, muchachos. Vivir con honor o morir con gloria. El que sea valiente que me siga!»

Era imposible desobedecer aquella orden y ejemplo. Los soldados volvieron con vigor a la línea de fuego y O’Higgins a caballo combatió en todos los frentes.

Al fin, después de tres horas de feroz combate, el enemigo realista fue batido. Carrera llegó a los pocos instantes herido y abrazando al prócer, participó también de la gloria de aquella jornada y dio cuenta al gobierno de Santiago de la conducta del «invicto General O’Higgins». Con esta actitud el General Carrera mostraba su intención de abdicar al Alto Mando del Ejército.

La Junta de Santiago se trasladó a Talca e inmediatamente decidió deponer a Carrera, entregando el mando del Ejército a O’Higgins como General en jefe.

No más días de gloria

El estreno del nuevo General en Jefe fue infeliz. Dos días después de haberse hecho cargo del Ejército desembarcaron refuerzos realistas.

Ya no eran los días de 1813, en que las fuerzas patriotas obtenían glorias y trofeos. Sucumbieron Concepción y Talcahuano, escenario de proezas anteriores, apenas las dejó O’Higgins a su retaguardia. Las fronteras se sublevaron a favor del invasor.

El desequilibrio entre las fuerzas revolucionarias y realistas era muy grande. Estas sumaban 5 mil veteranos bien armados. El ejército patriota no llegaba a 4 mil hombres, en su mayoría desprovistos de toda preparación militar.

Los patriotas, sin armas ni raciones, se batieron en retirada. Uno de los más atrevidos caudillos españoles, el realista Elorriaga, cruzó por primera vez desde 1813 el río Maule y los cañones enemigos se escucharon en la ribera derecha. Sucumbió Talca en mayo de 1814.

Los dos ejércitos se lanzaron por líneas paralelas hacia la capital, cada uno empeñado en ganar Santiago.

Ambas líneas pasaron el Maule a la misma hora de la noche y sólo hicieron un alto en Quechereguas, a tres jornadas de la capital. Allí los realistas fueron obligados a retirarse a Talca.

El Tratado de Lircay siguió a aquel conflicto. O’Higgins y Mackenna firmaron el pacto que tenía por base la legitimidad del coloniaje.

El desacertado gobierno de La Lastra, el vergonzoso Tratado de Lircay al reconocer la soberanía española, la popularidad de los Carrera y el descontento del pueblo llevaron a José Miguel Carrera a derrocar a O’Higgins y constituirse en Presidente de la Junta.

O’Higgins se opuso y marchó con sus fuerzas a Santiago, donde fue derrotado por Luis Carrera en Tres Acequias, en agosto de 1814. Refugiado en la hacienda de Paula Jaraquemada y dispuesto a continuar la lucha, O’Higgins, ante el desembarco de Osorio, depuso su actitud y se subordinó a Carrera para preparar juntos la resistencia.

La zona de Cachapoal hasta Paine era el granero de Santiago y la única que en luchas sucesivas permanecía intacta. Trigo, caballos y reses abundaban en ella y los realistas, escasos en pertrechos, necesitaban dominar la región para avanzar sobre Santiago.

El 19 de septiembre, el general Bernardo O’Higgins ocupó la Plaza de Rancagua. La ciudad ya estaba completamente cercada por las fuerzas realistas de general Mariano Osorio.

O’Higgins hizo levantar trincheras en las desembocaduras de las calles, apostando dos cañones en cada una de ellas. Nueve batallones y dieciséis bocas de fuego acosaban al ejército chileno.

A las diez de la mañana se rompió el fuego y poco después la lucha era brutal, cuerpo a cuerpo, a culatazos y bayonetas caladas

O’Higgins envió un mensaje al general Carrera, pidiendo refuerzos. Mermaban las municiones y el auxilio solicitado no llegaba, cuando el ejército real forzó la trinchera del sur y penetró en el campo de los sitiados.

O’Higgins, a la cabeza de los restos de su Estado Mayor, ordenó a las tropas sobrevivientes abrirse paso entre las filas enemigas. Y arremetido en una carga final, con heroísmo cruzó como ciclón entre las huestes realistas.

Una matanza

Es más propio llamar a este episodio el Desastre de Rancagua. «Ni un soldado de la patria faltó a su deber,- escribió el historiador Jaime Eyzaguirre- y el propio O’Higgins como uno de tantos, cooperó fusil en mano». Entremezclados con el ruido de la metralla se oían ruidos de los adversarios: «No hay esperanzas patriotas; sus cobardes compañeros lo han abandonado; ríndanse». A lo que contestaban los de la Plaza:»¡Morir primero, tiranos!» Se peleaba con más odio que nunca…

A lo largo de la historia de la Independencia hubo batallas campales sangrientas, como la de Maipú. Y muchas empresas y asaltos comandados por valientes.

Pero hubo sólo un lugar en que los soldados patriotas se encerraron a morir y la Plaza de Rancagua se convirtió en un inmenso cementerio.

Relata el historiador Benjamín Vicuña Mackenna: «De los mil hombres escasos que hubo en el sitio de Rancagua murieron, según el estado de los cadáveres recogidos, 401. Una pérdida enorme que equivalía a casi la mitad de los combatientes. Los heridos fueron 292 y los prisiones sólo 88. Esta última cifra explica el heroísmo de aquel día».

Ni un centenar de hombres había cogido con vida el enemigo en un circo en que era imposible casi el escapar. De modo que, exceptuando los que se salvaron con O’Higgins, todos los defensores de Rancagua perecieron o fueron heridos.

Los españoles creyeron al principio haber capturado al mismo O’Higgins, pues lo confundieron con el coronel Cuevas, por ser éste rubio y grueso como aquel. A este valiente patriota le dieron una muerte bárbara los Talaveras. (Regimiento al mando del capitán español San Bruno, famoso por su ferocidad contra los patriotas).

Así terminó la Patria Vieja y se inició la Reconquista.

El exilio en Mendoza y el Ejército Libertador

El general O’Higgins partió a Mendoza con los soldados que quedaban y desde allí colaboró con San Martín formando el poderoso Ejército Libertador.

Una estrecha amistad privada que no se interrumpió ni una sola vez durante 28 años, desde 1814 a 1842, unió a ambos generales. Jamás hubo entre los dos ilustres caudillos discrepancia alguna. Esta fue una circunstancia común feliz para la tarea de libertad que ambos emprendieron en América, señala Vicuña Mackenna .

A comienzos de 1817, el Ejército de los Andes cruzó la Cordillera por seis pasos diferentes. Habían transcurrido más de dos años desde la derrota de los patriotas en Rancagua.

Al general O’Higgins, al mando de una de las divisiones del Ejército Libertador, le correspondió asumir el ataque de las formaciones realistas en el Campo de Chacabuco.

La victoria fue de los patriotas y las tropas realistas obligadas a rendirse.

El Ejército de los Andes ocupó entonces la capital, liberándola. La ciudadanía de Santiago confirió a O’Higgins la Dirección Suprema del Estado. Asumió el poder en febrero de 1817, en medio de alegres celebraciones.


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