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Un principio fundamental pero muy moderno, es que la democracia requiere de la igualdad. La concepción de los hombres como iguales en sus derechos ha sido explicitada por la Declaración Universal de Derechos Humanos en 1948.

Este documento ha servido de bandera para muchas luchas sociales en favor de la inclusión como el caso del derecho al voto de las mujeres y los analfabetos y la eliminación de privilegios.

También ha permitido el reconocimiento de grupos sociales minoritarios, discriminados o personas desposeídas.

Promover la idea de que todos los seres humanos son iguales por naturaleza nos abre las puertas para afirmar la individualidad y poner límites a la discriminación y a ciertas formas de poder.

La idea de igualdad es un producto histórico, pero su propia definición ha cambiado con el tiempo.

Algunos creen que se originó en el discurso religioso, al enfatizar que todas las personas son iguales ante Dios, una corriente que fue secularizada por la Ilustración y ha sido generalizada sobre áreas cada vez más amplias de las relaciones sociales por la revolución democrática de los dos últimos siglos.

igualdad

El principio de igualdad

¿Qué es el principio de igualdad? La igualdad no debe ser definido en forma abstracta, desconociendo las circunstancias sociales e históricas o desconociendo la diversidad. Este principio establece «igual libertad»; es decir, igualdad de oportunidades.

La libertad, en tanto, como igualdad de oportunidades, es el punto de partida para el desarrollo de las máximas potencialidades de todas las personas. En este sentido, permite la expresión plena de la diversidad.

Un ejemplo de cómo la igualdad ha tomado algunas luchas surgió en los años cincuenta.

Allí la mujer emerge como un ciudadano que denuncia la desigualdad de género, producto de la sistemática discriminación se ejerce cuando las diferencias, y los estereotipos culturales atribuidos a cada sexo se naturalizan y no se reconoce su origen histórico y social.

La socialización diferencial de niños y niñas es atribuida a diferencias anatómicas o biológicas, como si estas opciones culturales estuvieran determinadas por la naturaleza.

Discriminación

Estas discriminaciones o subordinación, nacían de diferentes planos como son en primer lugar el plano económico. Esto, ya que en la mayoría de los países las mujeres que ejercen las mismas profesiones que los hombres no perciben el mismo sueldo o no pueden ejercer ciertos cargos o profesiones.

Paralelamente, se le discrimina en su papel político ya que no tiene igual incidencia que la masculina en la actividad política. En especial en el plano simbólico, donde los medio de comunicación (periódicos, radios, televisión, medios digitales y redes sociales) han tomado conciencia de lo perjudicial de promover la imagen de hombre-sujeto y mujer-objeto.

Actualmente, se han dado discusiones sobre las diferencias en el nivel socioeconómico que también tienden a crear diferencias culturales.

Las experiencias en el uso del lenguaje, la percepción de las figuras de autoridad, la definición de la disciplina, el significado de la competencia, algunos valores sociales son sólo algunas de las cosas que podrían estar influidas por el nivel socioeconómico de las personas.

Voto femenino en Chile

La ley electoral de 1884, en su artículo 40, prohibía expresamente el voto para la mujer. El argumento detrás de esta prohibición radicaba en que las chilenas no debían sufragar, por el hecho de “encontrarse sometida al yugo del esposo quien podía ejercer su poder e influencia sobre su esposa”.

Esta razón restringió por años a las mujeres en Chile del siglo XIX ejercer su derecho a voto y otros derechos civiles.

La incorporación de las mujeres al sistema electoral fue motivo de intensos en la década de 1920, ya que sectores anticlericales y de izquierda se oponían a otorgarle este derecho.

Sin embargo, en 1934 finalmente el voto femenino se transformó en una realidad. La primer contienda electoral en la que pudieron participar fueron las elecciones municipales. Pese al avance, las mujeres no estaban habilitadas para votar en elecciones presidenciales y parlamentarias.

Así, el 8 de enero de 1941, el entonces Presidente Pedro Aguirre Cerda envió un proyecto de ley apoyando la idea de legislar en torno al tema del voto femenino.

La abogada Elena Caffarena fue una de las líderes del movimiento feminista que luchó por el reconocimiento político y cambios estructurales en la sociedad. 

Debieron pasar 15 años para que, recién en 1949, las mujeres en Chile pudieran sufragar en elecciones presidenciales y parlamentarias.

De esta manera, y por primera vez en su historia, la elección presidencial de 1952 se transformó en un hito civil en el país. En esta elección, con apoyo de hombres y mujeres, triunfó Carlos Ibáñez del Campo.

Desde entonces las mujeres no han dejado de participar en los principales procesos electorales, equiparando al electorado masculino en 1970, lo que fue un hito que destacó el avance de la igualdad de sufragio en Chile.