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Cuando el hombre llegó a la Luna el 21 de julio de 1969 en nuestro país eran las 22 horas con 56 minutos. La portada de La Tercera decía «Se cumplió el sueño de Julio Verne. El hombre pisó la Luna». En su página editorial el famoso periodista Tito Mundt escribió la columna que a continuación reproducimos…

«Ya hay 27.000 personas listas para partir hacia la Luna apenas se fije el itinerario y tengamos las audaces máquinas capaces de surcar los cielos y llegar al mar de la Tranquilidad con la misma puntualidad matemática que los aviones salen de Pudahuel y llegan a Nueva York. Está perfectamente montada la oficina, existen los capitales, han aparecido los llamativos avisos en los diarios de todo el globo y falta sólo que den la voz de partida.

Y lo genial es que entre los 27.000 viajeros que hacen cola en los cinco contientes ya hay 25 chilenos que se han presentado para formar aprte de los primeros turistas espaciales que llegarán hasta los volcanes apagados, el suelo gredoso y los conos fantasmales que decoran el rostro de la que ha sido a través de los siglos la amante y confidente de los enamorados y poetas de todo el mundo.

No nos extraña en lo más mínimo. Siempre los chilenos hemos sido “pat’e perros”, viajeros impenitentes y protagonistas de las hazañas más audaces y temerarias. Llevamos el instinto de la partida sin lágrimas y el retorno sin falso orgullo metido en la piel y nadando entre los glóbulos rojos y blancos. Chilenos hubo entre los solados españoles que peleaban contra Napoleón, en la península ibérica; juntos a Joaquín Murieta; en la guerra de los boers; en la construcción del canal de Suez y el de Panamá; en la contienda del 79, cerca de las águilas prusianas y de los kepis rojos de Napoleón II; en la Primera Guerra Mundial, en la guerra civil española entre los compañeros de De Gaulle en Londres, en Indochina, en Vietnam, en Corea, en medio de los galopes de Zapata y Pancho Villa, durante los días de sangre de la revolución mexicana; en Cuba, juntos a Fidel castro, y hay actualmente más de algún muchacho nuestro que cuenta entre dos copas su actuación personal junto a las tropas de Mao en los días de la célebre “Larga Marcha”.

Por eso, que haya 25 chilenos (seguramente la mayoría sin la fabulosa cantidad de dólares que debe costar ser viajero rumbo a la Luna), no me llama la atención.

Es la sangre y la tradición la que tira. Son los abuelos que marcaron el camino. Son los borrosos antepasados los que indicaron la ruta.

Antes era sólo la Tierra, pero nuestro modesto planeta está tan visto y recorrido en todo sentido, carece de tal manera de interés, que hay que montar a bordo de un cohete para reportear ahora la desconocida personalidad de ese yate iluminado que vaga por los cielos y que se llama la Luna.

Y yo mismo, si logro juntar los milagrosos dolarcillos, haré cola para agregar un girón más a mi vasta colección de recuerdos que hasta la fecha son humildemente terráqueos…”.

Hoy, a veinte años de esta crónica, está de más decir que ninguno de los chilenos que según nos contaba Mundt, estaban inscritos para realizar un viaje a la Luna, realizó su sueño, como tampoco lo logró ninguno de los otros potenciales pasajeros extranjeros. De haberlo hecho probablemente habrían tenido que seguir el correcto procedimiento seguido por el, en aquel entonces, Presidente de los Estados Unidos, Richard Nixon y haber solicitado, también ellos, a nuestro compatriota Genaro Gajardo Vera, oriundo de Traiguén legítimo propietario de la Luna desde 1953, autorización para desembarcar en su propiedad.