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La frase “El Estado soy yo”, proclamada por el monarca francés Luis XIV resume muy bien el régimen político en el que una persona, el soberano, ejerce el poder con carácter absoluto, sin límites jurídicos ni de ninguna otra naturaleza.

En su inicio, el Absolutismo se concibió como la negación del régimen feudal. Esto, porque las teorías medievales del derecho divino suponían el poder dividido, por voluntad de Dios, en dos grandes brazos: espiritual y temporal.

La Iglesia, encabezada por el pontífice de Roma, se reservaba la potestad sobre los asuntos espirituales; mientras que el poder temporal era ejercido por otras instituciones, encabezadas por el rey o el emperador.

Durante el siglo XVI, en Francia se produjeron violentas guerras civiles, en las que los nobles se levantaron contra el rey, y los católicos y hugonotes (que seguían la doctrina protestante de Calvino) se disputaron el poder.

De esta manera, Francia pareció quedar aplastada por el gran poder de Carlos V, emperador del Sacro Imperio, y luego de Felipe II, rey de España.

Bajo el rey Enrique IV se inició el resurgimiento de Francia. El gobernante restableció el orden y la ley mediante la dictación del Edicto de Nantes (1598), que terminó con la guerra entre protestantes y católicos en Francia.

El catolicismo fue reconocido como religión oficial de la monarquía, pero los hugonotes fueron autorizados para ejercer libremente su culto y mantener sus propias fuerzas armadas en ciertas ciudades.

A la muerte de Enrique IV, quien murió asesinado por un fanático religioso llamado Francisco Ravaillac, su obra fue continuada por el cardenal Richelieu. Esto, debido a que el hijo de Enrique IV, Luis XIII, solo tenía nueve años de edad y debió ser reemplazado por su madre María de Médicis, que actuó como regenta. Como Richelieu era el hombre de confianza de la reina madre, pronto llegó a ser el ministro director, cargo que ocupó por dieciocho años.

La obra que Richelieu se propuso llevar a cabo fue resumida por él mismo con estas palabras: “Arruinar al partido hugonote, que compartía el Estado con el Rey; humillar el orgullo de los grandes, y reducir todos los súbditos a sus deberes, elevando el nombre del Rey en las naciones extranjeras al puesto que debe ocupar”.

Los tres puntos de su programa, es decir, la ruina del partido protestante, la humillación y sumisión de la nobleza y el restablecimiento del poder exterior de Francia, fueron sucesivamente realizados.

Los protestantes franceses, que habían conservado su organización política y militar, formaron una especie de Estado dentro de otro Estado.

Esta situación fue combatida por Richelieu, quien, decidido a destruir cualquier obstáculo que se interpusiera al poder real, resolvió terminar con la organización protestante. Para conseguir esto, bloqueó la plaza del puerto de La Rochelle, centro de operación de los hugonotes.

Por la parte de tierra rodeó la ciudad con un atrincheramiento de doce kilómetros, y por el mar, mandó a construir un dique de piedra de mil quinientos metros, cuyo fin era impedir la entrada de cualquier ayuda por parte de los ingleses.

Debido al hambre generada por la escasez de alimentos, a los protestantes no les quedó más alternativa que rendirse. Esta sumisión fue aprovechada por Richelieu para publicar la Gracia o Paz de Alais (1629), que les quitaba todos los privilegios gracias a los cuales habían podido formar un partido político, contar con plazas de seguridad y celebrar asambleas generales. A cambio les garantizó la libertad de culto y la igualdad absoluta con los católicos.

El cardenal Mazarino

Después de la muerte de Luis XIII, quien falleció solo unos meses después que Richelieu, debió sucederle su hijo Luis XIV. Sin embargo, como el futuro monarca solo tenía cinco años, Ana de Austria, su madre, designó como jefe del Consejo al cardenal Giulio Mazarino, protegido de Richelieu. Se trataba de un italiano de condición humilde al que sus enemigos llamaban el ruin de Sicilia.

Para muchos la elección de Mazarino fue una gran desilusión, debido a que todos los enemigos de Richelieu esperaban contar con una persona que les devolviera sus privilegios de “grandes señores”, situación que por supuesto no ocurrió.

Al igual que Richelieu, Mazarino continuó con la política de aplicar impuestos, lo que junto, a las malversaciones de los encargados de la hacienda pública, terminó por agotar la paciencia de los nobles.

Fue así como comenzó una nueva revuelta, llamada la Fronda, el último intento de resistencia contra el absolutismo real. Esta denominación se le dio por un juego que practicaban en ese tiempo los niños de París en los fosos de la ciudad, lanzándose piedras con una honda.

La Fronda partió del Parlamento de París, con una declaración en la que se señalaba la negativa a aceptar el establecimiento de nuevos impuestos sin el consentimiento del Parlamento. Asimismo, establecía que no podía tenerse en prisión a ningún súbdito del rey por más de 24 horas, tiempo en que debía ser interrogado y enviado a los jueces.

Las pretensiones del Parlamento provocaron una guerra civil, en la que este contó con el apoyo del bajo pueblo de París y con los príncipes que odiaban a Mazarino. Esta lucha, que no duró más de tres meses, no dio ningún resultado. Sin embargo, en el año 1650, cuando Luis de Borbón, príncipe de Condé, fue arrestado, empezó una nueva Fronda que duró más de dos años.

El príncipe de Condé fue detenido por orden de Ana de Austria, quien se cansó de las insolencias del príncipe, de su deseo de poder y de sus anhelos de suplantar en el cargo al cardenal Mazarino. Las provincias de Borgoña y Guyena se alzaron ante esta medida, y los ciudadanos de París se armaron; el Parlamento, a su vez, pidió el destierro de Mazarino.

El cardenal fingió ceder, dejó en libertad a Condé y se refugió en Alemania. Pero la arrogancia de Condé lo tornó odioso para los parisinos, por lo que prefirió abandonar París. Además, Ana de Austria no le dio, como él quería, la sucesión de Mazarino.

Posteriormente, regresó a París, donde se desató la guerra civil y Condé estuvo apunto de apoderarse de la corte y de Mazarino, quien había retornado a Francia. Actuó en ella con gran violencia, matando a cualquier persona que creyera partidario del cardenal Mazarino.

Por supuesto estas acciones fueron reprochadas por los parisinos y solo contribuyeron a consolidar aún más la autoridad del monarca. Así se restablecía el poder real y se aseguraba el triunfo del absolutismo que propiciaba Luis XIV.

El cardenal Richelieu

Armand Jean du Plessis era el verdadero nombre del cardenal duque de Richelieu, quien tomó esta denominación de las propiedades de su familia. Nació en París, Francia, el 9 de septiembre de 1585. Al cumplir nueve años fue enviado a estudiar al Colegio de Navarra en París.

A los diecisiete años se dedicó a los estudios teológicos, y en el año 1606 fue nombrado obispo de Luçon. Posteriormente, ocupó el cargo de diputado del clero en los Estados Generales de 1614.

Llegó a ser secretario de Estado para asuntos extranjeros en 1616. Seis años después el papa Gregorio lo nombró cardenal.

La influencia política de Richelieu creció constantemente, y fue nombrado principal del Consejo Real, como Primer Ministro de Francia.

Es considerado por muchos como el creador del absolutismo.

Las consecuencias de la fronda

La Fronda produjo en Francia los males habituales de una guerra civil, es decir, ruina económica y muerte. Sin embargo, a diferencia de lo que se pensaba, aseguró el triunfo del Absolutismo, a pesar de que su objetivo principal era debilitar a la monarquía, porque tantos desórdenes habían terminado por aburrir al clero, a los hacendados y a los nobles, que se habían arruinado. Existía un deseo generalizado de tranquilidad y seguridad, que Francia vio representado en la figura de Luis XIV.

El reinado de Luis XIV

Después de la muerte de Mazarino, ocurrida en 1661, Francia requería una dirección enérgica, ya que el país estaba agotado por los esfuerzos de la Fronda. Luis XIV reconoció que las guerras civiles y extranjeras, el caos financiero y las intrigas cortesanas ha bían dejado a Francia muy debilitada.

El Rey Sol, como se denominaba a Luis XIV, era hijo de Luis XIII y Ana de Austria. Nació en el año 1638 en Saint Germaine en Laye y murió en Versalles en 1715. Su gobierno practicó una política de centralización administrativa y favoreció a los burgueses, quienes pudieron tener acceso al Consejo del Estado.

En el año 1660 Luis XIV se casó con la infanta María Teresa de Austria, cumpliendo lo acordado un año antes en la firma de la paz de los Pirineos.

En 1662, al año siguiente a la muerte del cardenal Mazarino, decidió asumir personalmente el poder. Su reinado fue un gobierno convertido en el prototipo de la monarquía absoluta. La nobleza era excluida de los asuntos de gobierno, a la vez que los parlamentos habían quedado prácticamente suspendidos a partir de 1673.

Hasta 1678 se limitó a proseguir la línea emprendida por el cardenal Richelieu, en el sentido de asegurar para Francia la frontera noreste.

Actuó, primero, en la llamada guerra de Devolución (1667-1668), por la que Francia obtuvo, en la paz de Aquisgrán (1668), una serie de plazas importantes en la línea fronteriza con los Países Bajos.

Más tarde, la guerra de Holanda dio origen, desde 1673, a la constitución de la Gran Alianza de La Haya, opuesta a la política expansionista de Francia.

La paz de Nimega pone fin a la guerra, y Luis XIV retiene las regiones de Lorena y el Franco Condado. Emprende luego otra serie de guerras en el exterior, que lo enemistan con casi todas las potencias vecinas.

Mientras continuaba el expansionismo francés, otro hecho se dejó sentir sobre el pueblo y el gobierno de Luis XIV: la instalación con su fastuosa corte en el Palacio de Versalles, en 1682.

Con posterioridad, los problemas religiosos con los protestantes se agudizaron, ya que al mismo tiempo que sus ejércitos combatían a los protestantes holandeses, él negaba la libertad religiosa a los hugonotes y reforzaba el control sobre el clero católico.

En 1685, decidido a lograr la conversión de los hugonotes, revocó el Edicto de Nantes, y envió a más de 200 mil al exilio, dando paso a la rebelión de los camisards (campesinos protestantes de la región de las Cévennes).

El carácter agresivo del monarca provocó la oposición de muchos, característica que lo lleva a enviar, en 1688, un ejército a Renania (Baviera), con el fin de reclamar el Palatinado para su cuñada, Isabel Carlota de Baviera.

Esta guerra con la Liga de Augsburgo (alianza defensiva organizada por el emperador Leopoldo I, con Suecia, España, Baviera, Palatinado y otros Estados germánicos) evidenció las graves deficiencias del ejército de Luis XIV. Es entonces cuando el monarca tiene que ceder a la presión europea, con acciones como la abolición de los cuatro artículos, la renuncia a los Países Bajos y el reconocimiento de Guillermo de Orange como rey de Inglaterra.

Los cuatro artículos aparecen en la Declaratio Cleri Gallicani (Declaración del Clero Francés) aprobada en 1682. En primer término, esta sostenía que los reyes y soberanos no estaban sometidos a ningún poder eclesiástico, por orden de Dios, en las cosas temporales; en segundo lugar, defendía la superioridad del Concilio sobre el papa, restringiendo su autoridad a los cánones eclesiásticos, y quedando sometidas sus decisiones a la aceptación de la Iglesia universal, incluso en cuestiones de fe.

Más tarde, a raíz de una nueva guerra europea, esta vez desatada por el problema sucesorio de la corona hispánica, se acentuó la crisis económica y social en el interior y corazón del reino.

Luego, por las paces de Utrecht (1713) y Rastatt (1714) aseguró el trono de España para su nieto Felipe de Anjou, quien reinó con el nombre de Felipe V. Su última empresa militar fue la guerra de Sucesión española.

El ejército real

Las constantes guerras que emprendió Luis XIV modificaron profundamente el sistema militar. Una de las transformaciones más importantes fue la sustitución de los ejércitos improvisados por cuerpos permanentes y regulares.

En Francia, la mayor parte de las reformas en este ámbito fueron hechas por Michel Le Tellier, marques de Louvois, un hábil y brutal cortesano que ideó las dragonadas (ataques de dragones, es decir, soldados de caballería con armas de fuego, contra los hugonotes) y la devastación del Palatinado.

Con el fin de mantener la política bélica de Luis XIV se hizo necesario contar con soldados instruidos. Desde 1660 existía un núcleo de tropas permanentes, como la gendarmería de la casa del rey, y doce regimientos de infantería, el primero de los cuales se aumentó rápidamente.

El reclutamiento se hacía por enganches voluntarios, a cargo de enganchadores y sargentos reclutadores. Iban por los arrabales y los pueblos vestidos con elegantes uniformes, haciendo sonar el dinero en sus bolsillos y prometiendo una buena suma a quien decidiera enrolarse.

El panorama parecía bastante alentador para los más necesitados, pero las promesas terminaron cuando los voluntarios se encontraron con una cama para tres personas y una ganancia que apenas alcanzaba para comer.

La disciplina era muy rigurosa, y Louvois exigía obediencia sin réplica. Por esto fueron frecuentes los castigos corporales y la prisión en los calabozos.


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