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No existe una teoría definitiva sobre el origen de los celtas, pero la más aceptada es la que los relaciona con los pueblos indoeuropeos y que centra su procedencia a partir del sur de Alemania, entre el Rhin y el Danubio.

Sus primeras manifestaciones claras como una población dominante sobre otras aparecen durante la cultura de los túmulos, en que los muertos eran enterrados bajo grandes túmulos o montículos de tierra, y que tuvo su mayor esplendor hacia el 1.200 a.C.

Sin embargo, los celtas, también denominados galos y keltoi por los romanos y griegos, respectivamente, están más ligados con la Edad de Hierro europea (1.000 a.C. y siglo I d.C.) y, especialmente, con la cultura de los campos de urnas (donde los cadáveres se cremaban y sus cenizas se guardaban en vasijas de cerámica) que se extendió entre los siglos XII y VIII a.C. En esta etapa se considera que se produjo la primera gran expansión de este pueblo por Europa central.

Las Culturas Hallsttat y la Tène

Desde el siglo VIII a.C. hasta la primera mitad del siglo V a.C., aproximadamente, se desarrolló la cultura Hallsttat, zona ubicada en la actual Austria. En esa época los celtas explotaron minas de hierro, material que usaron para fabricar sus armas, lo que dio origen a una clase dominante y oligárquica. Esta fuerza militar construyó poblados fortificados localizados en sitios estratégicos, en los cuales comenzó a vivir.

La cultura de Hallsttat se esparció por el sureste de Alemania, el noreste de Francia, el sureste de Inglaterra y por gran parte de la península Ibérica. En esta etapa, también llamada «edad de los príncipes«, se desarrollaron la siderurgia, el arte decorativo geométrico y el armamento de hierro. El inicio de los contactos comerciales con pueblos del mediterráneo, como el etrusco, marcó también el comienzo de la cultura de La Téne (alrededor del siglo V a.C. hasta el I a.C.), nombre tomado de un lugar ubicado en las cercanías del lago de Neuchâtel, en Suiza, y la cual fue la expresión de la máxima influencia y expansión celta. Se encontraban desde la península Ibérica (celtíberos) hasta el mar Negro. También habían penetrado en las islas británicas.
En este período, los celtas construyeron sus casas tanto en sitios que pudieran defender fácilmente y que fueran de complicado acceso para sus probables enemigos, rodeados de sólidos muros de piedra y fosos, como en la orilla de un río.

En cuanto a la agricultura, esta avanzó mucho, ya que se roturaron y abonaron terrenos que, hasta ese momento, habían quedado sin cultivar. En el comercio utilizaban el trueque y los productos que intercambiaban eran estaño, lana, ganado, esclavos y, en ocasiones, oro.

La estructura social se rigidizó y los guerreros aumentaron su poder por sobre los nobles y manejaron la economía, imponiendo su autoridad sobre las rutas comerciales que surcaban sus dominios. Este auge económico se vio reflejado por la acuñación de monedas desde el siglo IV a.C.

Ocaso

Probablemente debido a la presión que ejercieron los pueblos germánicos, los celtas invadieron Italia, en el siglo IV a.C. La principal afectada fue la ciudad de Roma, la que, en 390 a.C., fue asolada y saqueada por esta raza. Asimismo, combatieron contra los etruscos y se asentaron en lo que luego se llamaría Galia Cisalpina (en la llanura del río Po). Además, se internaron en Europa del este, por el Danubio y se instalaron en el noroeste de Hungría, el suroeste de Eslovaquia y en parte de Rumania.
Los celtas continuaron avanzando en sus conquistas durante el siglo III a.C. hasta llegar a Grecia destruyendo el templo de Delfos (279 a.C.). Más tarde siguieron hasta Asia Menor, donde fundaron Galacia, al norte de Turquía, e hicieron de Ankara (Ancira o Ankyra) su capital. Sin embargo, fueron derrotados por Atalo I de Pérgamo (241 a.C.), debido a lo cual muchos gálatas mataron a sus familias y se suicidaron.

Algunos también se retiraron a la futura Bulgaria, en lo que llamaron el reino de Tylis.

La irresistible acometida celta comenzó a ser contenida por los romanos cuando desalojaron a los keltoi del norte de Italia en el siglo II a.C. Luego, en el siglo I a. C., Julio César conquistó la Galia transalpina (la mayor parte del sur de Francia), aprovechando la falta de unidad política de los celtas. Además, sus guerreros peleaban como héroes individuales y se resistían a unir sus fuerzas ante las disciplinadas legiones romanas. De esta manera, casi todos fueron asimilados por la nueva potencia: Roma.
A pesar de ello, la fuerza de su cultura pudo sobreponerse en Bretaña y las islas británicas, perdurando hasta hoy.


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