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A finales del cuarto milenio, el rey Narmer, del Alto Egipto, conquistó el norte y unificó los reinos del Alto y Bajo Egipto, fijando su capital en la ciudad de Menfis. Así se formó el primer Estado en la historia de la humanidad, iniciándose el cómputo de las dinastías, o sea, de la serie de reyes pertenecientes a una misma familia, que ha servido para organizar el estudio de esta civilización.

Las dos primeras dinastías son llamadas tinitas por proceder de un lugar del alto Egipto llamado Tinis, y llevaron al pueblo egipcio a un periodo de gran prosperidad económica. En la III Dinastía destacó el rey Zoser, con quien se inició la costumbre de construir pirámides como tumbas reales. En la XVIII Dinastía el rey de Egipto comenzó a llamarse faraón, término que significa “gran casa” o “lugar del templo”, refiriéndose con él al palacio y no al morador principal. Sin embargo, por costumbre se llama faraones a los reyes de Egipto desde las primeras dinastías, aunque en su época no se les conociera con ese nombre.

Los faraones sucesores de Zoser (Snefru, Keops, Kefrén y Micerinos) quisieron asegurarse la inmortalidad. Por ello, en el periodo de la IV Dinastía (2.613 a.C.), iniciada por Snefru, se inició la construcción de pirámides. Esta dinastía es también recordada porque durante ella la civilización egipcia alcanzó su época de mayor esplendor. Entre otras cosas, se expandió territorialmente y se impulsó el comercio marítimo en el Mediterráneo Oriental.

Con la VI Dinastía, el faraón Pepi II propició el traspaso del poder desde el faraón a los gobernadores de las provincias o nomos. Esta medida, más las invasiones asiáticas y las revueltas populares, provocaron, al final de este reinado, un gran desorden popular y la desorganización política.

Los faraones de las cuatro últimas dinastías del Reino Antiguo nada pudieron hacer para remediar el caos. Este periodo se conoce como Primer Periodo Intermedio (2.200-2.040 a.C) y dejó como legado un gran número de textos literarios que manifiestan la desesperanza con que los egipcios veían el trastorno de su mundo, antes estable y ordenado.


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