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A pesar de que Octavio no tocó las instituciones republicanas, de todas formas concentró todo el poder en su persona al asumir la jefatura civil como tribunicio, reemplazando al tribuno de la plebe; el mandato del ejército y de todas las provincias como proconsular, y el de la religión, como pontífice máximo. Además, dejó para sí el derecho de seleccionar a los candidatos de las magistraturas que eran nombrados por la Asamblea Popular, y ser el princeps, es decir, el príncipe o primero en emitir el voto en el Senado.

Octavio también se arrogó el título de emperador (27 a.C.) con el nombre de Augusto, que significa “el sublime”, y le antepuso el nombre de su padre adoptivo, César.

Durante el gobierno de Augusto, denominado por los historiadores el siglo de Augusto o siglo de oro, hubo un gran desarrollo de las artes y literatura, con nombres como Virgilio, Horacio y Tito Livio. Sus sucesores (los Julio Claudios, los Flavios y los Antoninos) no tuvieron todos el mismo éxito, aunque hubo algún siglo de plata de la literatura (por ejemplo, Tácito está considerado entre los mejores historiadores romanos).

Luego el imperio fue cediendo ante las embestidas de los bárbaros procedentes del oriente, los persas, y de occidente, los germanos, durante el período de los emperadores Severos (193-235 d.C.).

Después de un tiempo de anarquía (235-268 d.C.) y el reinado de los emperadores ilirios (268-283 d.C.), asumió el control Dioclesiano (284-305 d.C.), que instauró la tetrarquía: un sistema de gobierno de cuatro, en el que dos Augustos elegían a dos Césares para que les sucedieran. Pero esta fórmula fue eliminada por Constantino (306-337 d.C.), quien dirigió al régimen hacia una monarquía de tipo oriental.

Además, al convertirse Constantino al cristianismo, declaró la libertad de culto en el año 313. También fundó una nueva capital en la antigua ciudad griega de Bizancio, que bautizó como Constantinopla.

Tiempo después, luego de que el emperador Teodosio falleciera en el año 395, el imperio se repartió entre sus dos hijos. Para uno quedó la parte occidental, con Roma como capital, y para el otro la oriental, con Constantinopla. Esta partición sería para siempre.

Los germanos provocaron la desaparición del Imperio Romano de Occidente cuando lo invadieron en el año 476. El imperio Bizantino de Oriente prosiguió, sin embargo, otros mil años, hasta que en 1453 Constantinopla cayó bajo el poder de los turcos musulmanes.


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