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También destacan, en esta época, los cronistas Alonso de Góngora y Marmolejo (escribió una Historia de Chile), Pedro Mariño de Lobera (Crónica del Reino de Chile) y Jerónimo de Vivar (Relación Copiosa y Verdadera de los Reinos de Chile).

Durante el siglo XVII aparecen autores como: el padre Diego de Rosales (Historia General del Reino de Chile) y Alonso de Ovalle (Histórica Relación del Reino de Chile), Francisco Núñez de Pineda y Bascuñán (Cautiverio Feliz y Razón Individual de las Dilatadas Guerras de Chile) y Diego Arias de Saavedra (Purén Indómito).

La educación colonial era manejada fundamentalmente por la Iglesia, a través de las órdenes religiosas. Entre los establecimientos educacionales más importantes deben mencionarse el Convictorio Carolino y el Colegio de Naturales de Chillán. La instrucción se reducía a la enseñanza de la lectura, escritura, catecismo y matemática básica. Estudios más avanzados solo se podían seguir en Lima.

En 1595, los dominicos fundaron el Colegio de Santo Tomás y los jesuitas el de San Miguel, donde se impartían clases de latín, filosofía y teología. En 1608, se creó el Seminario de Santiago, destinado a formar sacerdotes. Más tarde, ambos colegios fueron elevados a la categoría de universidades pontificias, en 1619 y 1621, respectivamente, por autorización papal, aunque después desaparecieron cuando se creó la Real Universidad de San Felipe, en 1738.

Al igual que en el resto de América, durante el siglo XVII se impuso el barroco en todas las manifestaciones artísticas. En plástica floreció la llamada escuela cuzqueña, representada por cuadros de arcángeles alados vestidos a la usanza europea, y la escuela quiteña, caracterizada por el tallado de figuras policromadas. A mediados del siglo XVIII, en la arquitectura se adoptó el estilo neoclásico, traído por Joaquín Toesca.

El poeta de la Araucana

Alonso de Ercilla y Zúñiga llegó a Chile como parte de la corte de Hurtado de Mendoza. Participó en la Guerra de Arauco y en la expedición que recorrió hasta el Golfo de Reloncaví. Entre combate y combate escribió, en pedazos de cuero o de papel, el célebre poema épico «La Araucana», que cantaba a las acciones bélicas de los araucanos. Su publicación se hizo en Madrid en tres partes, en los años 1569, 1588 y 1589. El éxito de la obra fue inmediato y Chile se convirtió en la primera nación «después del Poema del Mío Cid en España o la Chanson de Roland en Francia» cuyo «nacimiento» fue cantado en un poema épico.


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