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«Pueblo que danza no muere», dice el refrán oriental. Y en efecto, la danza es una necesidad vital y una de las expresiones comunes al ser humano desde tiempos remotos. Así surgen los bailes típicos de Chile.

Desde un comienzo los bailes sirvieron para agradecer los favores recibidos y para rendir culto, bailes como los de La Tirana, en el Norte de Chile, sirven para pagar mandas y rendir culto a la virgen. O la minga chilota, recreación después de una jornada de trabajo comunitario, como después de una cosecha o construcción de una casa.

Otros sirven para festejar eventos familiares, como bautizos o casamientos, y para acompañar la partida de un ser querido, como el baile por el «angelito», el niño pequeño que muere.

Al hablar de folclor chileno se hace imprescindible resaltar el valor de nuestros bailes populares, como manifestaciones espontáneas de los sentimientos criollos frente a la vida.

Bailes de tierra

Desde el siglo XIX, en Chile se hicieron populares las danzas españolas, como seguidillas y fandangos, las que criollizadas, pasaron al pueblo, especialmente en los medios campesinos. Estos son los que constituyen los «bailes de tierra», nombre dado para distinguirlos de los bailes de salón, como las contradanzas y el minué.

En los albores de la República se chilenizaron danzas trasandinas, como el pericón, el cuando y el cielito. Se popularizaron las zambas, de la que derivó la resfalosa. Bien entrado nuestro siglo, se incorporó el corrido, a través de las películas mexicanas, y las cumbias de origen colombiano.

Los bailes mapuches, casi todos rituales, han permanecido circunscritos a la zona sur del país, entre los límites de la Novena Región.

La religiosidad mapuche se manifiesta en los guillatunes, en los que a los «purrun» (sinónimo de baile) se incorporan a rogativas por el buen tiempo. O en los machitunes, en los que machis y choiques danzan por la salud de un enfermo.

En el norte, las danzas folclóricas mantienen su vigencia. Entre la Región de Arica y Parinacota y la Región de Valparaíso, la vitalidad de los bailes religiosos se incrementa con el paso de los años: morenos, chunchos, chinos, cuyacas, de antigua data se juntan con diabladas y zambas corporales.

Unos y otros se bailan en santuarios como el de Nuestra Señora de las Peñas, en la Tirana, en la Candelaria, en el de la Virgen de Andacollo.

La vestimenta es de mucho colorido y predominan las prendas de lana de llama, vicuña o alpaca.

Chile central, es el sector más pobre de bailes recreativos, tal vez por ser el primero en reemplazar lo tradicional por la moda del momento. En el centro se baila la cueca y otros bailes como el corrido, sajurianas, cielito, resfalosa, chapecao y seguidillas.

Chiloé es precisamente rico en danzas folclóricas. Son bailes propios de las islas: caña dulce, trastrasera, chocolate, nave, fandango, solita, malaeña, pequinés, segrilla, siquimiriqui, gallinazo, astilla, chicoleo.


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