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En el caso de la Tierra, la presión atmosférica  ejerce una presión sobre un punto de la superficie, ya sea terrestre o marina. Si el peso de la columna disminuye, también lo hace la presión, y viceversa. Es decir, si aumenta el número de moléculas del aire en una superficie, habrá más moléculas para ejercer fuerza sobre esa superficie, con el consecuente aumento de la presión. Lo mismo pasa al contrario, menos moléculas equivale a menos presión.

La variación de la presión con la altura es mucho mayor que la variación horizontal, de modo que para hacer comparables mediciones en lugares distintos, hay que referirlas a un nivel común, por lo que se refiere usualmente al nivel del mar.

El aire atmosférico tiende a desplazarse desde zonas de alta presión hacia las de baja presión. Este desplazamiento, debido al movimiento de la Tierra, no se produce en línea recta.

Cuando el aire que hay sobre una zona tiene una presión mayor de 1.013 hPa (presión normal a nivel del mar) se dice que es una zona anticiclónica, es decir, se ha formado un anticiclón. El aire de un anticiclón es muy denso, y tiende a bajar desde las capas altas de la troposfera hacia la superficie, siguiendo un movimiento en el sentido de las agujas del reloj.

Cuando hay alta presión atmosférica, las moléculas del agua tienen mucha dificultad para evaporarse y el aire es poco húmedo. Por tanto, un anticiclón implica un tiempo estable, seco y despejado.
Por otra parte, un ciclón es una zona donde la presión es más baja que su entorno. Comúnmente a los ciclones se les denomina bajas presiones. A diferencia de los anticiclones, el aire en los ciclones asciende, hecho que favorece la formación de nubes. La rotación de la tierra hace que los ciclones giran en torno a su centro. En el hemisferio sur giran en el sentido de los punteros del reloj, mientras que en el hemisferio norte lo hacen contra los punteros del reloj.