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¿Qué pasaría si su hijo supiera que el rostro del cuadro añejo y maltratado que cuelga en el comedor fue de un soldado de la Guerra del Pacífico? ¿O que sus bisabuelos se conocieron en un barco cuando viajaban en búsqueda de mejores oportunidades? Probablemente, la historia que se guarda en el mero espacio de los libros se convertiría en una parte de la vida de su hijo.

Una maravillosa forma de motivar a los niños al aprendizaje de esta materia es la historia familiar. «Hacen ver al niño que lo que uno enseña no es algo lejano ni separado de su vida, sino que también se aprecia en la historia de sus padres, la de sus abuelos y, en ese sentido, su propia existencia se explica por la historia», dice la profesora de la Universidad Católica y magíster en Historia, Camila Silva.

Por ejemplo, la migración campo-ciudad de fines del siglo XIX y principios del XX en Chile se puede aterrizar en la historia de los abuelos que nacieron en Chimbarongo y se trasladaron a Santiago.

La tacañería de la abuela

Escudriñar en los orígenes familiares no sólo ayuda a despertar el interés por acontecimientos pasados. También permite comprender a la familia y modificar conductas que responden a una moral del pasado, adecuándolas al presente.

«Quizá el ahorro que inculca la abuela deja de ser simple tacañería si se entiende que es hija de inmigrantes a los que les costó mucho surgir en un país desconocido. Si comprendo eso, puedo entender su personalidad y decidir que como a mí no me tocó vivir eso, no necesito actuar así», explica la sicóloga educacional de la Universidad Católica, Isidora Mena.

Un aspecto relevante a la hora de comenzar a indagar en el pasado familiar es la veracidad. «Hay que intentar ser lo más objetivo con el hecho histórico, porque sino se puede generar cierta confusión cuando en la escuela se hablen de esos acontecimientos», dice José Patricio Escorza, sicólogo educacional de la UMCE.

Un error en que muchas veces caen los padres es omitir las partes negativas de la historia personal. Carmen Barrera, profesora de Historia que participó en el desarrollo curricular de esta área en el Mineduc, recomienda evitar esta práctica. «Cuando los papás cuentan que participaban en protestas durante la universidad, también transmiten que son parte de una historia de país. Eso hace que los niños se involucren en la sociedad y, además, entiendan su existencia actual: por qué están en ese colegio, por qué viven en ese barrio, etc.», explica.

Una persona importante

Desde la autorreferencia propia de la niñez, con la historia familiar los pequeños pueden comenzar a generar empatía al darse cuenta de que lo que experimentaron otras personas, también tiene relación con su vida.

«El estudio de las Ciencias Sociales tiende a que las personas se identifiquen con otros. Que sepan que no están solos, que viven en sociedad y que pueden hacer cosas con otros. Cosas por cambiar su propia vida», explica Laura Valledor, profesora de Didáctica de la Historia de la Facultad de Educación de la UC. «Esto ayuda a la autoestima del niño, porque se visualizan a sí mismos como alguien importante, capaces de cambiar las cosas, aunque sea de una forma sencilla o una manera mínima, pero que son agentes de cambio», resalta la académica.

El sentido de pertenencia y la identidad también se desarrollan en la medida que se conocen los orígenes. Para Margarita Loubat, directora de la Escuela de Sicología de la Usach, vincular la enseñanza de la Historia con la historia familiar ayuda a ir estructurando la personalidad y a ir dotando de sentido a la existencia.


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