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Suena el timbre y comienza la batalla diaria. No exagero: todos los días en el Liceo Comercial de Puente Alto -como en muchos otros-, los profesores sienten que entran en la selva a punta de machete. Los alumnos ingresan a la sala escuchando música, gritando, mascando chicle. El silencio es un bien escaso.

Mi primera semana de clases, uno de ellos se sentó al final de la sala. Le pedí que se ubicara más cerca, para no gritar. Me dijo que no. Luego, sonó su celular y se lo pedí. Volvió a decirme que no. El aparato sonó de nuevo y contestó, delante de mí. Se lo pedí de nuevo. Amenazante, me dijo: «usted haga su trabajo y no se meta conmigo». Sintiendo el temor, sólo contesté: «Mi trabajo es estar aquí, contigo». Luego, supe que había sido padre hace dos meses. Su compromiso fue portarse bien, por su hija.

Este, mi primer round, me enseñó más que mil teorías sobre educación. Antes, trabajaba como periodista y escribía sobre lo malo de las aulas, sin siquiera haber pisado una. Hasta que me inscribí en Enseña Chile, que selecciona a profesionales (abogados, ingenieros, etc.) para que trabajen y transformen las escuelas y se comprometan con la educación, desde sus ámbitos.

En tres semanas, me di cuenta de que Chile no es Finlandia y que no se puede mejorar la educación de un día para otro, porque los problemas son muchos y las manos, muy pocas. Y que los profesores que trabajan en condiciones difíciles merecen mucho más respeto del que les tenemos.

Este es, sin duda, el desafío más difícil de mi vida. Al final del día, me duelen la garganta, los pies y la espalda. Y no puedo parar: en casa, debo corregir pruebas y planificar el resto de mis clases. Cuando me canso, pienso: hay profesores que han hecho esto por 30 años. También pienso en los alumnos, que esperan algo: salir de la pobreza, ayudar a su familia, ser los primeros en ir a la universidad. Y nosotros somos su vía para lograrlo. Nos ven como modelos y siempre tienen una palabra de ánimo cuando estás mal.

Sólo para valientes

La aventura partió en enero, cuando 45 jóvenes decidimos encerrarnos por un mes para entrenar, cual servicio militar. El «reality de los nerds» fue una preparación exhaustiva, desde las 6 de la mañana hasta las 2 AM. En las mañanas, enseñábamos a jóvenes; en la tarde, trabajábamos en las clases del día siguiente. Creíamos que el colegio real no sería de la misma magnitud. Nos equivocamos: aún partimos de madrugada y terminamos de noche.

Un equipo de tutores evalúa nuestras clases, nos ayuda a buscar soluciones y nos sube el ánimo. Es como una gran familia que habla todo el día de sus hijos, rebeldes, pero queribles: los alumnos. Durante los dos años del programa, el equipo de Enseña Chile está disponible para ayudar, no sólo a mejorar las debilidades, sino que a no perder el foco, lema de la fundación: «que algún día, todos los niños de Chile reciban una educación de calidad».

Pero ese no es el mejor eslogan de Enseña. Otro dice que si consigues captar la atención de 40 adolescentes un viernes en la tarde, puedes lograr cualquier meta. El viernes, a la última hora, tengo clases con un grupo al que le encanta conversar de todo, menos de la materia. A la primera pregunta, contestan con «qué aburrido» o «¿no ve que es viernes, tía?».

Suena el timbre y se termina la batalla. La de esa jornada, porque he aprendido que todos los días son diferentes. Y que basta con convencer a los jóvenes que sí se puede, para que se callen y trabajen.

Se duplican interesados

En 2008, 326 profesionales postularon a Enseña Chile para hacer clases desde marzo de 2009. Para este año, el número de interesados se duplicó, llegando a 715, de los cuales, finalmente, fueron seleccionados 45. A Puente Alto se integraron nueve. «Esta alianza estratégica es una experiencia que nos ha servido para participar de un proceso innovador», dice el alcalde de esa comuna, Manuel Ossandón. El programa se basa en el modelo de Teach For America, uno de los principales proveedores de profesores para los niveles socioeconómicos más bajos de Estados Unidos.


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