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Camila tiene 10 años y cursa quinto básico en un colegio particular. A diferencia de años anteriores, sus notas no han sido lo que esperaba, incluso llegó a bajar un punto su promedio en matemáticas. Además, el colegio alargó la jornada, de siete horas y media a ocho horas, y nunca llega antes de las cinco de la tarde a su casa. Tampoco llega a descansar. Suele tener, al menos, dos pruebas por semana, más tareas y trabajos. «El cambio de cuarto a quinto básico es muy drástico. No hay transición», se queja Rodrigo, su papá.

La mayoría de los alumnos de ese nivel se enfrenta a un panorama similar. Porque, según los especialistas, quinto básico se está transformando en el año más complicado para los escolares, algo que antes enfrentaban recién en séptimo. Un diagnóstico que Mide UC comprobó tras evaluar el desempeño de 36 mil escolares en la prueba estandarizada Sepa, datos que serán presentados en un seminario el miércoles 26 de mayo. Entre primero y cuarto básico, los alumnos progresan a un ritmo promedio a los 14,3 puntos, mientras que a partir de quinto el ritmo se desacelera, a seis puntos promedio.

«Los niños avanzan más durante los primeros años de la enseñanza básica que durante la segunda mitad, y eso pareciera estar reflejando una dinámica del sistema escolar», dice Jorge Manzi, director de Mide UC.

 La razón la da el propio Manzi: mientras entre primero y cuarto básico los ramos son impartidos por no más de dos docentes, a partir de quinto cada cátedra es tomada por un profesor diferente. «Los niños entre 1° y 4° están con una sola mano, en quinto experimentan un shock de adaptación al tener que lidiar con distintos adultos», agrega Manzi. A ello se añade que muchos profesores que enseñan en el segundo ciclo son generalistas, por lo que no tienen una formación específica para la disciplina que imparten.

El nuevo patio

El nuevo año implica también cambios prácticos. En muchos colegios las jornadas se alargan y los niños suelen pasar al «patio de los grandes». Se agregan nuevos ramos -Comprensión del Medio y de la Sociedad se separan- y las asignaturas se complejizan. La división y multiplicación se comienzan a operar con más de dos dígitos y se agregan contenidos más abstractos, como las nociones de longitud y latitud.

«Los niños son capaces de autoregularse, es decir, de reflexionar sobre lo que hacen y para qué, y tienen la capacidad de autoaprendizaje. Cuando son más chicos, necesitan que los guíen. A partir de los 10 años pueden sacar sus propias conclusiones», dice Natalia Salas, sicóloga del Centro de Desarrollo Cognitivo de la UDP. Por eso, tanto el colegio como los padres les piden más autonomía.

El problema es que el cambio suele ser muy brusco y provoca inseguridad. «Antes, los niños están en un ambiente conocido y se sienten visibles para su profesor. Al tener más profesores, se altera el tiempo que los docentes comparten con los niños», dice Verónica Villarroel, directora del magíster en Psicología Educacional de la U. del Desarrollo. Por eso, los expertos plantean que el sistema escolar debe facilitar la adaptación afectiva y social de los niños.

Es lo que hicieron, por ejemplo, los colegios Cumbres y Monte Tabor. Este pasó hace tres años del ciclo tradicional, de primero a cuarto básico y de quinto a octavo básico, a agruparlos de tercero a sexto básico.


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