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Puede decirse, en cierto sentido, que la pintura neoclásica surgió ligada a los golpes de picota y pala, dados por las numerosas excavaciones arqueológicas que se hicieron a mediados del siglo XVIII en Italia y Grecia. Gracias a ellas, se publicaron libros con dibujos de antiguas obras arquitectónicas y escultóricas, sobre todo de la Grecia clásica. Esto motivó a algunos pintores a crear cuadros basados en dichos monumentos, así como en la literatura clásica. Particular influencia ejerció un ensayo del alemán Johann Joachim Winckelmann llamado Pensamientos sobre la imitación de las obras griegas en la pintura y la escultura.

Así, el austero neoclasicismo reemplazó al excesivo rococó. Utilizó un dibujo claramente delimitado, logrando una pureza en la forma que buscaba representar lo bueno y verdadero. El pintor francés Jacques-Louis David fue el principal exponente de esta nueva tendencia. Su sobrio estilo se ajustaba a los ideales de la revolución francesa, al reprimir los excesos de la corona y nobleza. Una de sus obras, la Muerte de Sócrates, apuntaban al estoicismo y abnegación.

El gran sucesor de David fue Jean Auguste Dominique Ingres, a quien se le identifica por la fría serenidad de sus líneas y tonos, y su entusiasmo por el detalle, como en su retrato de La condesa de Haussonville.


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