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Respirar es uno de tantos procesos que nuestro cuerpo realiza por sí mismo, automática e inconscientemente. Aunque podemos controlar de manera voluntaria el ritmo o las pausas de la respiración, en condiciones normales no podemos permanecer pendientes de ello.

Cuando estamos durmiendo, por ejemplo, no tenemos consciencia real de lo que hacemos. Lo mismo ocurre con el bombeo de la sangre que realiza el corazón. Todos los procesos esenciales que requieren una actividad constante son controlados por centros específicos del cerebro sin prácticamente nuestra intervención consciente.

Las células de nuestro cuerpo necesitan oxígeno para quemar y asimilar los nutrientes que hasta ellas transporta el torrente sanguíneo. Pero la obtención de energía implica la producción de un desecho, el dióxido de carbono (CO2), que debe ser eliminado. Así, la respiración se encarga de extraer oxígeno de la atmósfera y de llevarlo hasta la sangre, y al mismo tiempo, de recoger el CO2 que transporta ésta y de expulsarlo al exterior.

A pesar del automatismo inherente a la función respiratoria, cuando nos encontramos cansados, aburridos o somnolientos, respiramos más lentamente. Entonces, de inmediato, el nivel de CO2 en la sangre aumenta de forma excesiva, reduciéndose al mismo tiempo la cantidad de oxígeno que llega a ella y a las células. Durante el sueño también respiramos más lentamente, pero la actividad corporal es tan baja que el consumo de oxígeno y la producción de CO2 disminuyen.

Incluso los animales pueden sufrir un súbito exceso de CO2 y una falta de oxígeno en la sangre. Tanto ellos como nosotros disponemos de un recurso muy útil para solucionarlo: el bostezo.

¿Cómo se produce?

Cuando el cerebro detecta una cantidad excesiva de CO2 en el torrente sanguíneo, envía una señal a los pulmones, quienes realizarán entonces una inspiración más profunda de lo normal. Esto servirá para introducir el oxígeno que necesitábamos y para expulsar el CO2 que se estaba acumulando.

El bostezo pues, es un acto tan antiestético como necesario. Nos proporciona un irrefrenable deseo de separar las mandíbulas, e implica la contracción de un buen número de músculos de la cara. Tanto es así que los ojos enrojecen y pueden llegar a dejar escapar alguna lágrima por la presión ejercida sobre las glándulas lagrimales durante la contracción.

Por supuesto, hay otras teorías sobre el bostezo. Así, se ha sugerido que éste sirve también para reducir la presión del fluido cerebro-espinal, o para equilibrar la presión interna del aire.

En definitiva, no estamos aún totalmente seguros sobre los motivos exactos de su desencadenamiento. Algunos estudios indican que los fetos pueden llegar a bostezar dentro del vientre de la madre, donde no hay oxígeno que respirar. Asimismo, las personas que sufren de esclerosis múltiple bostezan muy a menudo. Todavía queda mucho por estudiar…

¿Es contagioso?

Lo verdaderamente curioso es el dicho popular de que los bostezos son contagiosos. Basta con que veamos a una persona bostezando para que nosotros nos sintamos también obligados a hacerlo. Sin embargo, muchos científicos no están de acuerdo, ya que si así fuera, no podríamos hacer nada por evitarlo, cuando en realidad sí somos capaces de contenernos si lo estimamos oportuno. En realidad, se trata de una acción sólo parcialmente involuntaria. La podemos llevar a cabo sin pensar en ella, pero también de una forma intencionada.

La respiración es controlada por un centro nervioso específico, situado en la médula, en la base del cráneo. Esta parte se ocupa de las acciones involuntarias del cuerpo, pero también está conectada al córtex, la parte consciente del cerebro. Por eso, éste último puede enviar señales a nuestro sistema respiratorio, permitiendo tomar el control. Aunque habitualmente la acción de bostezar no es voluntaria, hasta el punto de que podemos no darnos cuenta de su actividad, también es posible provocar su aparición pensando simplemente en ella (acto consciente) o viendo como otras personas la experimentan.

Según una de las teorías sobre el contagio del bostezo, es que éstos provienen de los primeros días del hombre, en los cuales los seres humanos vivían en grupos para defenderse de posibles amenazas. A la hora de descansar, todo el grupo se «ponía de acuerdo» para iniciar el periodo de descanso. La señal era el bostezo, que era copiado por todos los miembros del grupo, señalando la intención de pasar al ciclo de descanso. Sin embargo, esta teoría no explica por qué bostezamos cuando estamos solos.

El bostezo es todavía un misterio para la ciencia, ya que muchas de las teorías que se sostenían al respecto han sido descartadas. Teorías tales como que bostezar era una reacción del cerebro cuando necesitaba más oxígeno, han sido descartadas al comprobar que la tendencia a bostezar no disminuye al suministrar oxígeno al sujeto de estudio.

El bostezo medio dura unos 6 segundos y durante él el ritmo cardíaco puede aumentar hasta en un 30%. Aunque existen muchas teorías acerca del por qué del bostezo, lo cierto es que aún no sabemos exactamente por qué bostezamos.


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