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Los primeros pobladores de Japón llegaron a este territorio en la época del hombre de Neandertal (hace 30.000 años, aproximadamente), procedentes de Eurasia. Al norte se instalaron los ainos, empujados por los mongoles y coreanos-manchúes, que se quedaron en el centro, y al sur llegaron pueblos del sureste asiático, como los malayos. Alrededor del año 2500 a.C., surgió el período Jomon, en que los asentamientos humanos fueron permanentes, se usaron herramientas de piedra pulida y se trabajó el barro cocido. Después lo siguió la cultura Yayoi, desde el año 1760 a.C., en que se inició el cultivo del arroz y se emplearon utensilios de metal.

Cultura yamato

Cuenta la leyenda que la diosa del Sol, Amaterasu, fundó la estirpe más importante de la Tierra, la «del Sol», de la cual descendió el primer emperador de Japón, Jimmu. Lo cierto es que ese relato coincide con la aparición de una civilización, a comienzos del siglo IV d.C., llamada Yamato, que, desde la actual Osaka, amplió su imperio por todas las islas del archipiélago nipón creando un Estado centralizado. Entre sus soberanos se encontraba Jimmu.

Durante este periodo se introdujo el budismo desde China, además de su escritura y alguna de sus innovaciones tecnológicas. Pero al término de esta era, el país cayó en una serie de revueltas.

Paz y Shogunatos

Luego del periodo Nara (710-794 d.C.), en que la capital del Japón naciente se estableció en la ciudad de ese nombre y en que retornó la paz y se consolidó la religión budista y la influencia de la cultura china, se desarrolló la época Heian, entre los siglos VIII y XII. Su iniciador fue el emperador Kammu, quien, cansado del poder que los sacerdotes budistas tenían en el gobierno, trasladó la capital a Heian o Kioto.

Sin embargo, fue bajo la regencia de la familia Fujiwara, en el siglo X, que la nación nipona disfrutó de un periodo de prosperidad y paz, que contribuyó a forjar la auténtica cultura japonesa antigua. Se creó un alfabeto propio, la corte se volvió refinada y brillante, las artes progresaron y el budismo se expandió a la clase media.

Pero el poder político central se debilitó y pasó a los daimyo o señores feudales y a sus vasallos, los samurai o guerreros, que también actuaban como los policías de la corte.

Después de numerosas batallas que involucraron a los daimyo y samurai, los Minamoto prevalecieron y Yoritomo, de ese clan guerrero, fue nombrado shogún (jefe militar) por el emperador, en 1185 d.C., mientras este último mantuvo solo las funciones religiosas. Se iniciaba la era de los shogunes.

Unificación Guerrera

El gobierno de Yoritomo estableció su shogunato en Kamakura y, a su muerte, fue sucedido en el poder por la familia Hojo, nombrada regente por el emperador. La administración del país tuvo características feudales, reemplazando a las de tipo imperial. En esta era, conocida como periodo Kamakura, Japón se unificó y logró cierta prosperidad.

La familia Hojo sufrió dos invasiones mongolas (en 1274 y 1281 d.C.), las cuales fueron repelidas con valor por los samurai, aunque también las flotas invasoras fueron destruidas por tifones que los japoneses bautizaron como kamikaze o «viento divino». Este acontecimiento creó un fuerte sentimiento de orgullo nacional y ayudó a unir más al país nipón.

La Era Tokugawa

Después del período Muromachi o Ashikaga, entre los siglos XIV y XVI, durante el cual el shogunato comenzó a debilitarse y se produjo el ascenso de los shugo (jefes militares locales) por sobre los funcionarios civiles, Japón cayó en una cruenta guerra civil. En ese lapso, los daimyo ejercieron el poder absoluto, hasta que, uno de ellos, Nobunaga sometió al resto y unificó nuevamente Japón.

Entretanto, algunos europeos, principalmente españoles y portugueses, habían logrado penetrar en la nación asiática, introduciendo el cristianismo y las armas de fuego. Sin embargo, cuando el clan Tokugawa consiguió imponer su autoridad, a principios del siglo XVII, cerró Japón al mundo exterior y solo mantuvo el contacto con los chinos y holandeses.
Desde Edo (Tokio) gobernaron con mano dura, suprimiendo las revueltas populares campesinas, que buscaban mejorar sus pésimas condiciones de vida.

A pesar de que esta dinastía se mantuvo hasta 1867, tanto la presión interna de sectores más liberales, que veían en el comercio internacional grandes posibilidades de desarrollo, como la externa de los países occidentales, llevó a Japón a aceptar la presencia extranjera en su territorio. De esta manera, entre 1853 y 1854 y debido a la insistencia diplomática y militar del comodoro estadounidense Matthew Perry, el país del Sol naciente se reintegró al mundo.


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