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En 1533 Enrique VIII, casado desde hacía ocho años con Catalina de Aragón, tía de Carlos V, quiso divorciarse para volver a contraer matrimonio con Ana Bolena, una de las damas de honor de la reina. No habiendo querido el papa Clemente VII anular este primer matrimonio (el papa Alejandro VI había anulado tres), Enrique VIII hizo votar por el Parlamento el Acta de Supremacía (1534), que proclamaba al rey "único y supremo jefe de la Iglesia de Inglaterra".

Enrique VIII desconocía la autoridad papal, pero pretendía conservar la doctrina católica; quemaba a los protestantes por heréticos y ahorcaba a los católicos por traidores. Después de su muerte, su reforma evolucionó de manera bastante inusual. Dejaba tres hijos que reinaron sucesivamente y que tuvieron una política religiosa diferente. Inglaterra fue calvinista durante el reinado de Eduardo VI (1547-1553), y católica en tiempos de María Tudor (María la Sanguinaria, 1553-1558). Por último, Isabel (1558-1603) organizó definitivamente el anglicanismo, es decir, la Iglesia inglesa (1562), una mezcla de catolicismo y calvinismo. Del catolicismo, Isabel conservó el exterior, las ceremonias del culto, la liturgia, es decir las oraciones, pero traducidas al inglés, las vestiduras de los sacerdotes y la jerarquía de los obispos; pero el dogma fue calvinista y concretado a dos sacramentos: el bautismo y la comunión. Por otra parte, Isabel no tomó para ella el título de jefe supremo de la Iglesia, que había tenido su padre, pero conservó el gobierno de la misma, e impuso por medio de suplicios a los verdaderos católicos y a los verdaderos calvinistas la adhesión a ?la Iglesia establecida por la ley?

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