Hace mucho tiempo, había un hombre feliz. Él era tranquilo y muy bueno. Todos los días cortaba flores de su jardín y se las obsequiaba a su esposa. Cuando atardecía, el hombre feliz salía un momento de su casa y hacía sombras en el patio con sus manos, o corría lento y despacio para ver cómo se movía su sombra completa. Cuando ya era de noche, el hombre corría las cortinas de su cuarto y contaba las estrellas del cielo junto a su esposa. Él repartía el cielo cosa que cada uno contara la mitad de las estrellas que hubieran en la noche.
Una mañana el hombre feliz despertó en su gran cama, pero su esposa no estaba. Junto a él había una carta con su nombre. El hombre feliz habrío la carta y comenzó a leerla. De pronto el hombre feliz comenzó a llorar y a leer su carta en voz muy alta. Las flores que el hombre había cortado la mañana anterior, estaban cerca de su cama, y éstas escucharon decir: –
– «Nunca me gustó contar tus estrellas, ni recibir tus flores ni ver cómo se movía tu sombra completa»-.
Cuando el hombre feliz, que ahora lloraba, terminó de leer su carta, salió a su jardín y cortó las flores más hermosas que encontró. Esperó a que atardeciera y salió a su patio a jugar con sus sombras nuevamente. Luego esperó a que anocheciera y comenzó a contar las estrellas que habían en el cielo esa noche. El hombre no pudo contar todas las estrellas solo. El hombre feliz ahora se sintió tan triste, que buscó su corbata favorita de seda burdeo, se puso su traje más elegante, ajustó su corbata y salió a su patio. Se subió al árbol más grande y alto que había y luego amarró su corbata a la rama más fuerte, dio un brinco, pero no alcanzó a tocar el suelo.
Cuando ya era de día, no hubo ni una flor cortada. Cuando atardeció, nadie jugó con sombras. Cuando anocheció, nadie contó estrellas. Cuando la esposa del hombre feliz se fue, nunca más se le volvió a ver, ni a ella, ni a él.
Muere Evita