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La primera vez que lo vi fue a la distancia. Como era muy fornido pude distinguirlo entre la multitud. Cuando estuve más cerca, pude apreciar cuán cuasimodo era. Al saludarlo noté que su actitud no era nada oronda, él no se quería.

Lamentablemente no vi sus ojos, porque él siempre se mantuvo cabizbajo, como queriendo ocultar algo. Su caminar, al igual que su cuerpo, era grotesco. Parecía repulsivo, a pesar de ello, su atuendo era demasiado pulcro. Sus zapatos parecían nuevos, recién lustrados. Sus calcetines, inmaculados. Sus pantalones cortos eran color crema, y su camisa no dejaba de hacer notar el fino lino que la componía. La piel que quedaba al descubierto, la de sus piernas, la de sus brazos y manos, la de su cuello, me revelaba el tono rubicundo bajo el cual él se sentía protegido. Porque su naturaleza lampiña le hacía sentir desnudo, ya que era la flagrante evidencia de su origen indígena. Éste último no le dejaba vivir en paz. Ser mapuche en su población es como ser homosexual en la época nazi. Su cabello increíblemente liso, cubría sus enormes hombros, como las olas a los barcos.

Sin darme cuenta sentí como aquel ser se me hacía irresistiblemente atractivo. Ese aspecto agónico pero imponente me hacía pensar continuamente en la muerte. No sabía si aquel hombre que amaba por su inusual pero atrayente apariencia, no quería más que morirse. Empero, luchaba por vivir.

Este hombre, al que me tocó ir a arrestar al aeropuerto es uno de los asesinos más buscados. A mí me tocó interrogarlo y hacer el informe. Yo, que lo amaba, debía escuchar como desollaba a sus víctimas.

Relatar el perfil sicólogico de un asesino no es tarea sencilla. Y menos el perfil de este asesino. Su personalidad, al igual que la del doctor Lecter, es detestablemente absorbente. No goza de un carácter afable, por eso charlar con él es toda una odisea, aunque para mí, no dejaba de ser delicioso. Vagar por su mente es un riesgo, debido a lo abatida que está.

Llena de recuerdos deprimentes y tortuosos. Su desgraciada infancia no le permitió desarrollarse con los demás pichones, que al igual que él, sufrían terribles vejaciones. Por eso cada vez que platicamos, él me ataca con comentarios agudos e hirientes sobre mi persona. Fuera de las conversaciones, en las que logro captar su atención, el resto del tiempo se mantiene en un estado totalmente abstraído. Cuando él me describe como es su persona, me confiesa que es un vestigio de algo que nunca existió. Porque ha decidido desechar todos sus recuerdos, es decir, su vida entera, para olvidar las constantes violaciones de su padre. Yo quedo helada.

Juan no es sólo un asesino, también es una persona agobiada por las injusticias sociales que le tocó vivir. Siempre fue adusto, nunca tuvo la capacidad de compartir sus sentimientos. Por eso es tan abnegado, nada le afecta, su perra vida lo educó para ser así. Con el tiempo que lleva acá se ha vuelto abúlico.  Su voluntad es un ente inexistente y sin valor alguno para él. La vida sin voluntad no es vida. Rezo para que no se percate de ello. Aunque estoy consciente de sus crímenes, jamás podré describirlo como el monstruo creado por el doctor Frankenstein, que todo el mundo cree ver en su encorvada silueta.


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