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A la muerte de Itzcoatl, en 1440, las tres ciudades dominaban en conjunto el valle central y otros territorios situados más allá de esa zona. Hasta la invasión española, se sucedieron cinco soberanos: Moctezuma I, Axayacatl, Tizoc, Auitzotl y Moctezuma II.

Todos estos monarcas gobernaron con una doble preocupación: extender la hegemonía de la triple alianza a nuevos territorios, y reforzar el poder de Tenochtitlán en desmedro de las otras dos ciudades.

Cuando llegaron los españoles, en 1519, el imperio se componía, según los documentos indígenas, de 38 “provincias”, entidades económicas más que políticas, sometidas a pagar el impuesto o tributo. Se trataba de un mosaico de pequeños estados muy diversos en cuanto a sus lenguas y etnias, en su mayoría autónomos, bajo el poder militar de una confederación tricéfala dominada a su vez por México. El tributo y el comercio hacían que llegaran a la capital inmensas riquezas. Existía también un incesante intercambio general de ideas, de costumbres y de técnicas, elementos fundamentales que caracterizaron a la civilización azteca.

Sociedad y gobierno

En la época de su instalación en el valle de México, la tribu azteca era una sociedad homogénea e igualitaria, de carácter guerrero. Sus miembros no reconocían otra autoridad que la de los sacerdotes, intérpretes de los oráculos de Huitzilopochtli.

Pero entre los siglos XIII y principios del XVI se produjo una profunda mutación, debido a la influencia cultural y política ejercida sobre los aztecas por los pueblos vecinos, y por sus propias conquistas. La tribu se había transformado en una sociedad jerarquizada, de estructura compleja, dirigida por un estado que tenía a su disposición todo un aparato administrativo y político. Algunos de los integrantes de la sociedad aztecas eran:

Los maceualtin: Los simples ciudadanos, llamados maceualtin, estaban obligados a hacer el servicio militar, a pagar el impuesto y a realizar trabajos colectivos (servidumbres), como mantenimiento de caminos y construcción de monumentos. Sus hijos recibían educación gratuita en las escuelas del distrito. Pagaban el impuesto, pero percibían a cambio artículos alimentarios, piezas de tejido y prendas de vestir. Todo hombre, por más humilde que fuera, podía llegar a ocupar los más altos cargos, en particular en el área militar y en el sacerdocio.

Los esclavos: Existían diferentes categorías de tlatlacotin, como se denominaba a los esclavos. Estaban los prisioneros de guerra, sentenciados a ser sacrificados en las grandes ceremonias; los condenados por la justicia que eran obligados a trabajar para la comunidad o para la persona a la que habían dañado; los que se habían vendido voluntariamente después de haberse arruinado en el juego o por el alcohol, y los servidores que una familia ponía a disposición de un amo para saldar una deuda (costumbre que fue abolida en 1505).

Sin embargo, los tlatlacotin podían poseer bienes, casas, tierras e, incluso, otros esclavos. Les estaba permitido casarse con una mujer libre y sus hijos eran libres. Y las posibilidades de emancipación eran numerosas.

Los negociantes: Poderosas agrupaciones de negociantes, los pochteca, tenían el monopolio del comercio exterior de lujo. Con su dios particular, Yiacatecuhtli, sus rituales, sus propios jefes y tribunales, los pochteca eran una clase ascendente dentro de la sociedad. Comerciantes avezados, pero también combatientes enérgicos, no vacilaban en incursionar en las provincias rebeldes, disfrazados al modo de sus habitantes y hablando su lengua, lo que los convertía en excelentes espías.

Los dignatarios: En la cumbre de la sociedad se encontraban los dignatarios o tecuhtli. Poseían elevadas funciones militares o civiles. El emperador, los miembros del gran consejo, los gobernantes o jueces, pertenecientes a este grupo, no pagaban impuesto ni efectuaban trabajos agrícolas. Sus palacios se construían y mantenían a expensas del tesoro público. A cambio, los dignatarios tenían la obligación de consagrar todos sus esfuerzos al servicio público.

Los sacerdotes: Pese a la gran importancia de la religión en la vida azteca, las funciones religiosas no se confundían con las gubernativas. La jerarquía religiosa era coronada por los dos grandes sacerdotes, equivalentes en título y poder, llamados Serpientes de Plumas. Uno de ellos estaba consagrado al dios solar azteca Huitzilopochtli, y el otro a la vieja divinidad del agua y de la lluvia, Tlaloc.

Haciendo voto de castidad, los sacerdotes no solamente se encargaban del culto, sino también de la educación de los jóvenes de la aristocracia en los calmecac, los colegios-monasterios. Asimismo, se preocupaban de los pobres y enfermos.

Guardaban los libros sagrados y los manuscritos históricos. Provistos de tierras en abundancia, de víveres y objetos preciosos de todo tipo, por la devoción de los soberanos y particulares, los templos disponían de inmensos recursos administrados por el tesorero general, el tlaquimiloltecuhtli.

Los sacerdotes no pagaban impuesto y algunos combatían en los ejércitos.

El gobierno

Cuando los aztecas penetraron en el altiplano central de México, se encontraron con las ciudades-estados estructuradas según el modelo de la cultura tolteca, influyente civilización anterior a los aztecas: al frente de cada una de ellas, un jefe ostentaba el poder, el tlatoani.

Durante los primeros reinados, los aztecas intentaron ceñirse a este ejemplo, eligiendo al soberano a través de una asamblea general de guerreros. Pero al crecer la ciudad y los territorios conquistados, la cantidad de miembros de este colegio electoral disminuyó, pasando a ser controlado por la oligarquía militar y sacerdotal.

Moctezuma I introdujo una innovación importante, designando a su hermano Tlacaeleltzin como una especie de vice-emperador, con el título (religioso en su origen) de ciuacoatl. Con las mismas atribuciones que el tlatoani, el ciuacoatl organizaba expediciones militares, juzgaba en el tribunal de apelación, reemplazaba al emperador ausente y presidía el gran consejo cuando este faltaba.

Si bien el poder del emperador era considerado divino, igual tenía responsabilidades, especialmente en dos aspectos: cumplir sus obligaciones con los dioses y proteger al pueblo azteca.

Junto al tlatoani, el ciuacoatl y otros cuatro grandes dignatarios, el gran consejo, tlatocán, era consultado antes de tomar cualquier decisión importante. Sin embargo, se había convertido en un órgano restringido, cuyos miembros eran nombrados por el soberano o reclutados por los propios consejeros.

La economía azteca

Una de las mayores peculiaridades desarrolladas por los mexicas, en el ámbito agrícola, fueron los cultivos en las chinampas, verdaderas islas flotantes en el gran lago mexicano, hechas con cañas, ramas y barro.

A través de las chinampas, los aztecas consiguieron ganarle espacio al lago, lograr grandes rendimientos en sus cultivos y evitar el agotamiento de los suelos. Los cultivos básicos de los aztecas eran el maíz, el frijol, la calabaza y el ají.

El crecimiento de la población en el valle de México, que sumaba alrededor de un millón y medio de habitantes en 1519, fue uno de los factores que impulsó a los mexicas a conquistar otras regiones y a comerciar con pueblos vecinos. Los productos más demandados por ellos eran: el cacao, la vainilla, el algodón, el caucho, la miel, las plumas, los metales y las piedras preciosas.

Todas las ciudades aztecas, y Tenochtitlán en particular, contaban con un mercado de gran movimiento, donde se reunían millares de personas. Se desconocía la moneda y se efectuaba el trueque de los diversos productos. Para facilitar los canjes, se saldaban los restos de una cuenta con semillas de cacao.

Las caravanas comerciales y los mercados en cada ciudad eran controlados por la poderosa clase de mercaderes llamada pochtecas.

El tributo: Base de la riqueza azteca

La mayoría de las ciudades pagaban impuesto una, dos o cuatro veces al año, según la naturaleza de los productos requeridos para abastecer al imperio. Existían los calpixque, funcionarios imperiales instalados en cada provincia, que se encargaban, con la ayuda de los escribas, de los registros, recaudación y transporte de los tributos. La variedad era extraordinaria, y las cantidades, considerables. Las mercancías eran, entre otras: tejidos de algodón o de ixtle (fibra de agave, un tipo de cactus), cereales, cacao, oro y plumas de papagayos. Si bien no existía moneda, el guachtli y su múltiplo, la “carga” de 20 unidades, servía como patrón de referencia. Se consideraba como “carga” aquello que permitía a un hombre vivir durante un año.